domingo, 14 de noviembre de 2021

k.d. lang: Shadowland


Año de publicación: 1988

Valoración: muy recomendable

k.d. lang (así, en minúsculas) se convirtió de la noche a la mañana en una celebridad cuando, con un calculado look andrógino heredero de Chet Baker o  Chris Isaak (al que por cierto versionea en la canción que abre el disco) publicó este brillantísimo debut sin incluir material propio. Avalado por la muy brillante producción de Owen Bradley (al parece, una leyenda de la escena country), el disco dejó pasmado a la crítica, poco acostumbrada a que en un mundo tan conservador como el de ese género, una canadiense abiertamente lesbiana (casi una profanación hace apenas tres décadas) adquiriese tal protagonismo.

Lo hizo, por supuesto, gracias a su prodigioso tono vocal: grave, profunda y poderosa, de una exactitud casi incómoda, el disco se divide, desde la perspectiva de su irrupción en la escena pop (más tarde artistas como Shania Twain o Taylor Swift harían ese tránsito), en dos grupos de canciones claramente diferenciados. Cuando la cantante se decide por el arrebatado downtempo de las torch-songs, es simplemente irresistible, alcanzando, y mucha culpa de ello lo tiene la, repito, excelsa producción, cotas absolutamente gloriosas, que acaparan el disco y lo convierten en puro deleite, y uno imagina una suntuosa diva con un vestido ajustado, pero no: Busy Being Blue, en una toma ajada por los años, muestra una cantante segura y desinhibida en un rol equívoco y chocante, más cerca de la escena alternativa que del rancio y extraño mundo de las praderas, los rodeos y las camisas de cuadros. Como si fuera un precedente del universo turbio de Twin Peaks o Fargo, su mera voz acometiendo clásicos como Shadowland o  Black Coffee tenía una capacidad de transmisión descomunal. Por otro lado, los tiempos rápidos ya desentonaban más: alguna de esas canciones (en especial un bastante repulsivo medley) justifican el uso del skip.

Poco más: la artista intentó, merced al prestigio obtenido, escorarse hacia el pop adulto. Pero el material propio no tenia tanta entidad. Aún así, consiguió que los Rolling Stones le pagaran royalties cuando se apropiaron del estribillo de uno de sus éxitos menores. Su progresivo confinamiento en el submundo tuvo pequeños destellos completamente discordantes en 1993, protagonizó un momento icónico en un esplendoroso dúo con Andy Bell de Erasure en No More Tears, que a la postre se publicó producido por Stephen Hague. Quizás un universo demasiado alejado de sus planteamientos iniciales, que puede explicar su languidecimiento. Aún así, Shadowland es un magnífico disco.

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