domingo, 30 de diciembre de 2018

SOPHIE: Oil of Every Pearl's Un-Insides


Año de publicación: 2018
Valoración: inexplicable

Va a ser que me hago viejo. Pero lo cierto es que, a pesar de las muy buenas referencias en la red que han mostrado enorme entusiasmo por este disco, sigo preguntándome qué le ven a este álbum, y ya que estamos a final de año y es momento de buenos propósitos, voy a poner toda mi voluntad en mostrarme objetivo y valorar el trabajo de SOPHIE en términos estrictamente musicales.
Cosa que, me temo, algunos de los medios que ensalzan este disco y le otorgan posiciones realmente notables en las sufridas listas de final de año, no han llevado a cabo. Porque, glups, me temo que se está valorando este disco más por la condición de SOPHIE como transgénero que por sus puras virtudes musicales. Y, os seré sincero, a mí eso me da igual. Me da igual hasta que los músicos que venero sean las peores personas del universo mientras sus discos me procuren placer y sus hallazgos sonoros me hagan sentir esas mariposas en el estómago de que tanto hablan los cursis. Así que no me parece bien que cierta condición actúe como contrapeso y haga decantarse cierta opinión hasta distorsionar el criterio. Que es lo que me parece que ocurre aquí: pocos artistas transgénero hasta la fecha: Wayne County, aquél de Psychic TV, RuPaul, claro, la última guisa que elija Antony/Anohni para presentarse, ese star-system es  bastante reducido y, parece, tocaba dar soporte incondicional a SOPHIE.

Aunque  It's Okay To Cry, la canción inicial sea una insufrible tonadilla de lloriquera existencial cuyo arreglo convierte cualquier banda sonora de Disney en una antología de black metal. Aunque le sigan dos artefactos, onda chochi-tecno-pop cacofónico, que parecen extraídos de algún cajón de descartes de un recopilatorio de electro-clash de tercera (hubo algo parecido a un electro-clash de primera, entiendo), antes de regresar a las aguas mansas (o sea, con tendencia a la podredumbre) de las baladas que convierten el disco en un artefacto algo bipolar, en una especie de vaivén entre excesos de los dos extremos, no centrándose hasta cerca del final, en algún tema ligeramente planeador que está más cerca del Bowie de Low que de Aphex Twin, que quizás pueda representar algo experimental en una onda a lo grupos extraños como The Haxan Cloak, pero que desde luego ni es el centro del disco ni es el material por el que este se ha hecho visible y su intérprete, relativamente célebre.

En fin, un disco poco destacable salvo por esa cuestión (recalcada en esa portada que, bueno, ya tengo bastantes enemigos), contra el que poco puede oponerse, hay cientos de discos así, pero sobre el que tengo que advertir cuando se lo pretende presentar como algo que no es. No es un gran disco, no es el disco del año, es un batiburrillo de estilos dispares y canciones poco destacables sin hallazgos sonoros. Quien así lo está presentando está usando un mecanismo de compensación que no acabo de explicarme, y que si empiezo a intentar diseccionar hará que me meta en un lío. Y no son fechas.

domingo, 23 de diciembre de 2018

Air: The Virgin Suicides OST

Año de publicación: 2000
Valoración: muy recomendable

Un interesante movimiento de carrera: cuando todo el mundo está esperando a ver cómo te las apañas para igualar una obra maestra como Moon Safari, con los típicos comentarios acerca del difícil segundo disco preparados en la recámara, vas y aceptas el encargo de Sofia Coppola y tu segundo trabajo es una banda sonora. Formato que te permite tantear con un cambio de sonido a la vez que te da amparo para que ese cambio se comprenda en función del tipo de trabajo a afrontar, que una cosa es que dispongas de libertad creativa y otra es que adaptes tu música a la necesidad de su inserción en imágenes.
E ignoro si los componentes del dúo francés habían leído la novela de Eugenides o habían accedido  a algunas imágenes o el storybook de lo que Coppola tenía en la cabeza. De hecho, el DVD de la película anda por casa y esperaré a que mis hijos salgan decididamente de la adolescencia para verla. Pero Air consiguió transmitir ese espíritu a su música: les salió una banda sonora que empaquetaron en una deliciosa portada de aires setenteros. No pocos críticos (los que habían recriminado los aires easy-listening de su debut) se tiraron a la yugular recriminando su pase a algo parecido al, urgh. rock progresivo simplemente por esa producción nocturna, ligeramente lo-fi que resulta muy adecuada para una música tensa, de predominio analógico (mucho piano eléctrico, guitarras intensas con pedal, vibráfono, sintetizadores vintage) pero que seduce desde el primer minuto: Playground Love (no sé si el video con el chicle hablador es exactamente recomendable) es una especie de canción de amor fallido e imposible, pero que marca el primer leit motiv melódico (cuestión muy necesaria en las bandas sonoras) que irá regresando. Bathroom Girl continúa con esas armonías de tonos tristes que solo se abandonan para conatos rabiosos en momentos puntuales. Apenas 40 minutos de temas cortos y siempre acertados en la elección de lo sonoro. Es una música tensa y evocadora, con entidad propia pero respetando su identidad del servicio a imágenes. Tan válida entonces para complementarlas como para generar sus propias iconografías. No en vano uno de los adjetivos a la música de los franceses fue su capacidad de evocación visual. Con este formidable trabajo iniciaron una cierta relación con las películas de Coppola, a las que aportaron más música, y también con otros ámbitos del mundo cultural, con el que han interactuado a menudo.

domingo, 16 de diciembre de 2018

Aphex Twin: Selected Ambient Works Volume II

Año de publicación: 1994

Valoración: casi imprescindible

Que este blog esté a punto de alcanzar sus dos años de vida (y, por tanto, y lógicamente haya superado las 100 entradas) y -  no me hagáis estrujar el cerebelo pensando si lo nombré antes - no hubiera prestado atención a Richard D. James empezaba a bordear la conducta criminal.
Claro que les ha pasado a muchos otros, diréis y no sin razón, enumeraréis una lista inacabable de artistas, obvio las mayúsculas, que aún no han disfrutado del honor de nuestra atención.
Pero las cosas son así. Sin Richard D. James nombre creo, este sí, el oficial, ninguno de sus proyectos hubieran tomado cuerpo y, aunque sea solo el representante destacado de una forma de hacer música, mucho de lo que hoy se escucha simplemente ni siquiera se crearía.
Electrónica de dormitorio. Ese concepto lo atrapé en algún momento y me parece que capta la esencia. Un tipo sentado ante un teclado probando qué tal suenan las cosas que salen de su cabeza. No una guitarra ni un violín ni una flauta dulce guardada tras terminar la escuela primaria. Una tarjeta de sonido, un laptop, uno de esos teclados. Quieres un oboe justo ahí, lo sampleas o lo creas y lo pones. Hoy, hasta con un teléfono móvil y unos auriculares sería posible. Magia digital, claro, la horrible presencia de la máquina interviniendo en el proceso creativo, etc. Pero sin esos músicos anónimos, muchos de los cuales han encontrado en internet la puerta abierta de par en par a la amplificación de su presencia y a la divulgación de su obra/trabajo/experimento/devaneo, mucha de la música que hoy nos fascina no existiría. Mucha más de la que os pensáis.
Porque hay un hilo invisible que lleva de Richard D. James a Blood Orange, que pasa por James Blake o por Squarepusher.
Y es de lo más punk. 
Cualquiera puede hacerlo.
No tienes que rendir cuentas a nadie ni explicarte sobre porqué haces eso que es tan raro y es tan invendible.
Bueno, necesitas talento. No agallas ni aparato promocional ni tipos apuntándote cómo tienes que hacer las cosas. Talento.
Se han dicho tantas tonterías sobre Richard D. James. Algunas frases incluían a Mozart o a Da Vinci. Porque es un excéntrico que crea sus instrumentos o los manipula para que suenen como lo hacen en su cabeza. Porque, cuando empezó a hacerse rico vendiendo puñados de discos cuyo coste de producción era nulo se compró un tanque. De esos que llevan un cañón. Espero que no lo hay usado aún. Apenas tiene lo que se viene a llamar una vida pública. En su cúspide eran constantes los rumores de que tal o cuál disco era otra de sus creaciones bajo alguno de sus numerosos (casi tantos como discos publicados) pseudónimos. Artistas ajenos a la escena electrónica se iban contentos con sus remezclas bajo el brazo - ya podían presumir de que habían sido remezclados por alguien en la cresta de la ola. Luego se les debía helar la sonrisa al ver qué poco de su trabajo original había quedado en esas obras que eran recreaciones libres, y más de uno se preguntaría si Richard D. James había llegado tan siquiera a escuchar el material que había remezclado. Mientras, él calculaba qué iba a hacer con los honorarios.
He visto un misil que tiene muy buena pinta.
Menudos cojones.
El disco que he elegido fue publicado por Warp y era la segunda parte de un primer proyecto que le publicó R&S años atrás. Usando su nombre más célebre, ese Aphex Twin por el que pregunté hace décadas en una tienda de discos y el dependiente me dijo ¿Afghan Whigs?. Tiene otras decenas de nombres, insisto, Polygon Window, Caustic Window, Blue Calx, Analord. Sus publicaciones se han espaciado, claro, vive, seguramente, de rentas y de licencias de sus hallazgos. O puede que esté detrás de música de anuncios o de películas. No necesita, parece, más que eso.
Pensar si este disco representa o no su obra es absurdo: es inabarcable. Para este disco basado en loops de música teóricamente ambiental (no lo es: he probado leer con ella de fondo y al final tu atención se va desplazando a las tímidas entradas de ritmos y a los logrados apuntes melódicos), eligió no titular las canciones, sino enumerarlas con unos discos segmentados (quesitos) en tonos predominantemente cálidos. Motivo por el cual nada es destacable: son dos CD's de ambientes gélidos, alejados del ruidismo y del ritmo que en otras muchas partes de su obra abraza con fervor, pero solo teóricamente orientados a algo parecido al chill-out. Nada que ver: las composiciones son brumosas, desestructuradas, aparecen igual que se van, pero dejan una sensación de incómoda fascinación donde uno piensa que el músico ha entregado más de lo que parece, y donde prefieres seguir oyéndolo. Que es lo que deberíais hacer.

domingo, 9 de diciembre de 2018

The Cure: Seventeen seconds

Año de publicación: 1980
Valoración: muy recomendable

Hace muy pocos días leí, no me preguntéis dónde que entre tanta web y tanto link uno se olvida, que Robert Smith, líder y vocalista de The Cure, en la sesentena, dice que su vida en un pueblo de Inglaterra es "aburrida". Me lo imagino ante el espejo de su cuarto de baño planteándose cada mañana, no muy pronto, puede permitirse no madrugar, si cardarse el pelo, vestirse íntegramente de negro y pintarse la raya de los ojos o afrontar el día a día con la normalidad y el relativo anonimato de una influyente estrella de la música entre la espada y la pared de la comodidad de los royalties y la estupefacción ante el ocaso creativo y el inexorable relevo generacional, rapidísimo en la música actual.
Pero no hace tanto que Smith fue el icono de un poderoso movimiento que se resiste a desvanecerse. Aún hoy ese adjetivo "siniestro" le debe mucho de su carga estética y las tribus urbanas, esas que suelen reunirse en las ruinas de lo que eran las antiguas zonas de tiendas de discos, no serían lo que son sin su legado estético.
Y claro, el musical. Seventeen seconds es el segundo disco de la formación, estamos en 1980, la escena británica está dominada por el after-punk y esa etiqueta acoge de todo. Desde remiendos de advenedizos como The Police hasta multitud de propuestas evolutivas del espíritu punk pero más abiertas en lo sonoro. Madness, The Jam, Ian Dury, The Clash o Joy Division conviven en un bullidero de ideas dispares donde parece haber sitio para todos, y encima tenemos una efervescente escena al otro lado del Atlántico, con Blondie, los Talking Heads, los sobrevalorados Ramones...
En fin. Siguen los ingleses anclados a las guerras Beatles/Stones o Blur/Oasis y a lo mejor habían de rememorar más la efervescencia reactiva al thatcherismo y a la guerra de las Maldivas.
Este es un disco glorioso con un sonido definido a la perfección. Producido por Mike Hedges, uno de esos oscuros arquitectos de estudio que ha pasado desapercibido y que diseñó el sonido del grupo (y de sus dos discos posteriores, Faith y Pornography) otorgándole ese aire alienado: guitarras en primer plano, sonando poco electrificadas, bajo tendente al burbujeo, voz ecualizada (Smith no era una prima-donna) en un plano bastante discreto, casi atrás del todo, teclados mucho más importantes de lo que parecían a primeras. Es un disco, en cierto sentido, casi conceptual, donde cuesta destacar una canción de entre las que integran sus escasos treinta minutos. Quizás las que más se erigieron en futuros clásicos de la banda fueron A Forest Play for todaypero aislarlas rompe su unidad. Canciones cortas, esquematizadas, práctica ausencia de estribillos, con ritmos de aire maquinal (cuando los hay: el primer tema del disco es una inquietante instrumental de aires gélidos) y muy a juego con el tono borroso de la portada. Fraseos que entran tarde, que entran cuando el desarrollo instrumental ya ha definido toda la estructura, parecen más bien chillidos de toque de atención, todo muy abstracto pero a la vez sonoramente evocador e irresistible. Esos huecos, ese aire minimalista, proclamaba algo desde el trasfondo: no somos grandes instrumentistas, no somos virtuosos, queremos ser escuchados, aportamos algo nuevo. Y era así: The Cure, sobre todo en esa trilogía de discos con su logo en una perspectiva levemente reminiscente de Star Wars, eran una banda de vanguardia, una banda innovadora, que aprovechaba las urgencias del mensaje punk para crear algo nuevo. Obviamente influida por las corrientes mas recientes, el Bowie de Low, las corrientes del after-punk más proclives a lo tecnificado, como A certain Ratio o Joy Division, pero conscientes de que su sonido no era, precisamente, algo orientado a las masas, o sea, inconscientes de que algo iba a suceder en el futuro, de que algún día llenarían estadios e influirían en millones de jóvenes en lo estético, inconscientes, claro, de que algún día incorporarían vientos y aires pop casi campestres a alguna de sus canciones.
Seventeen seconds es un disco oscuro: no opresivo, no asfixiante, de una oscuridad suburbial más que urbana. Más de polígono industrial que de avenida transitada, más de puerto de contenedores que de puerto deportivo. Un embrión de lo que estaba por venir, y que aún suena fresco y audaz, casi cuatro décadas más tarde.

domingo, 2 de diciembre de 2018

Vainica Doble: Heliotropo

Año de publicación: 1973
Valoración: Muy recomendable

La impresión general después de la escucha completa de "Heliotropo", tras años de permanecer guardado en un cajón, es la de una ternura infinita. Quizá colabore esa portada en la que Carmen Santonja y Gloria van Aerssen posan a la sombra de un árbol entre cestos de mimbres y secos juncos, quizá sean las fotos interiores del álbum en las que volvemos a ver a unas jovencísimas Carmen y Gloria, quizá sea simplemente que las canciones que más recordaba fueran las preciosas "Elegía al jardín de mi abuela", "Nana de una madre muy madre", "Habanera del primer amor" o "Coplas del iconoclasta enamorado"...

El caso es que la primera impresión es la de una tremenda ternura. ¡Ojo: no confundir ternura con ñoñería! Porque Vainica Doble escondía, y "Heliotropo" es buena muestra de ello, una ironía y un humor negro que hacen alejar cualquier atisbo de ñoñería. 

Pero además de la ironía que desprenden de las letras de Carmen Santoja, hay que resaltar la parte de crítica que llevan esas mismas letras. Buen ejemplo de ello es "Ay quien fuera a Hawai", en la que la irrealizable fantasía se ve imposibilitada por el stablishment, el marketing y por su propia condición de mujeres (la sociedad nos impone sus condiciones. Fundamentalmente estamos condicionados y naturalmente, ahora, con hijos incorporados. No hay ocasiones de ir a Hawai). Otros ejemplos: la letra completa de "Agáchate, que te pierdes", en la que cantan a un árbol insolente que ha conseguido que "sus hojas sean rojas como un desafío al honorable gris local" (ojo, España 1973 con Franco aún fusilando), las visionarias "Dos españoles tres opiniones" o "Requiem por un amigo" (quizá un preludio de la Transición?).

Más allá de sus magníficas letras, tanto en su versión más irónica como en su versión más naif, "Vainica Doble" destaca por su modernidad. Sé que esto puede parecer algo "demodé" a estas alturas, pero hay que tener en cuenta que se trata de un dúo femenino que publica en los últimos años del franquismo, y la música en España era la que era en esos momentos.  

Es por eso que la modernidad de las Vainica viene por una doble vía. La primera es la puramente musical: Vainica Doble bebe de las influencias tanto de la música española más "popular" como de las "últimas tendencias", acercándose por ejemplo en algunos momentos al rock progresivo ("Dos españoles tres opiniones" o "Réquiem por un amigo"), a la psicodelia ("La máquina infernal") o al rock and roll ("A la sombra de un banano"). La segunda tiene que ver con ese impudor a la hora de conjugar temas e instrumentaciones evocadores y tradicionales con las tendencias más actuales sin que el conjunto chirríe por ningún lado. ¿Quién ha sido capaz de juntar en un mismo disco una oscura nana dedicada "a su lucero de la mañana, a su bien... con fresas y merenguito" con temas más progresivos? ¿Quién?

Todo esto ha provocado que Vainica Doble haya sido una influencia abiertamente reconocida por artistas de décadas posteriores (Carlos Berlanga, Family, La Buena Vida... hasta Los Planetas versionaron la maravillosa "Un metro cuadrado") y hace de "Heliotropo" una maravilla cargada de una exquisita sensibilidad. Buscadlo, por favor. No os arrepentiréis.

P.S.: Como curiosidad que vuelve a emparentar música y literatura (ULAD y UDALS aparte), este disco fue producido por el escritor José Manuel Caballero Bonald. Ahí lo dejo