domingo, 31 de marzo de 2019

Queen: A Night At The Opera

Año de publicación: 1975
Valoración: inevitable

Dudaba cómo abordar el tono de esta reseña. No solamente por la cuestión de la valoración del disco, uno de esos clásicos desde la portada (quizás no tantos sepan que este disco "combinaba" con otro LP, A day at the races). También porque era imposible eludir la cuestión principal: A Night At The Opera incluye Bohemian Rhapsody (casi hacia el final del disco), que, a la postre, es universalmente aceptada como la canción definitoria de la banda que mucha gente (y muy exagerada) define como la mayor banda de rock de todos los tiempos. Me ahorro las mayúsculas ante cierta afirmación, como mínimo argumentable. Quizás la que más vendió, la más transversal, la más popular. Y no olvidemos el enorme rédito que supone, sacad las bolsas de pedruscos para lapidarme, el fallecimiento de Mercury, nada garantiza más el elevamiento al Olimpo que la muerte de una celebridad. Vayamos a saber qué publicarían hoy (Queen, o Nirvana, o los Beatles) y cuanto lamentaríamos su inexorable declive creativo. Pero la carrera quedó allí, con sus discos irregulares encumbrados a la categoría de mitos, con una carrera en solitario (la de Mercury) con cierta tendencia al histrión, con un puñado de canciones completamente abocadas a la sobreexposición, que suele ser la antesala de la parodia, de la falta de perspectiva para apreciar si una canción sigue sorprendiéndonos o se limita a estar ahí.

Es un poco obligatorio entonces dedicar unas líneas a La Canción. Decir que es la más visionada en Youtube, que la discográfica prefería otorgar la condición de single a la horrenda "I'm In Love With My CarI'm in love with my car", que los seis minutos de duración la convertían en irradiable. Que, desde entonces, cualquier canción larga y con cambios de ritmo y de tono ha sido calificada como "la Bohemian Rhapsody de XXXX). Y claro, que dio título a la biopic que no he visto ni pienso ver hasta que esta tormenta amaine y uno pueda juzgar la carrera de la banda sin estar entregado a los epítetos.

Pero bueno, la tentación de ser lapidado por sacar aquí a Queen antes que a los Beatles o a los Stones o a Nirvana, Led Zeppelin... (pero no antes que a AC/DC o los Dire Straits, he he) es demasiado grande.

A Night At The Opera es un disco variado, diría yo que hasta disperso. Con canciones que parecen bromas o incluso evocaciones de cierto aire campestre o cabaretero. Seaside Rendezvous o Lazing on a Sunday Afternoon. Con un arranque decidido y elaborado que ya es marca de la casa Death on Two Legs (Dedicated to . . . ) parece contradecir la nota de los créditos del disco ("No se han usado sintetizadores en este disco") y es rock, esta sí, con sus juegos de voces, con sus punteos de guitarra en notas agudas, con sus parones. Por suerte, una canción que se ha salvado de la saturación. El disco da un poco más de protagonismo del habitual a otros miembros de la banda, y John Deacon aporta el segundo singleYou're My Best Friend, medio tempo llevado por un Rhodes, ligeramente inflamado hacia el final, pero eficaz refresco para introducir 39, con sus aires folkies y su estribillo de canción de acampada (y la voz de May, obviamente más plana y matizada que el huracán vocal de Mercury).

La segunda cara, en la que el disco se desmadra y apela más a lo operístico de su título contiene los ocho minutos de The Prophets Song, extraña mezcla de misticismo y aire rural que apela más a Jethro Tull o a Genesis que a los iconos del glam-rock que convivían en la época (y género en el que no pocos englobamos, aunque sea en lo sonoro, al grupo), y canción que con su duración y tono ligeramente pretencioso va preparando el camino (con el interludio de la muy azucarada Love of my life) a la fanfarria final que todos sabemos, canción a la que ya he dedicado un párrafo, obra maestra inapelable e inagotable que sí, uno no se cansaría de escuchar con sus subidas y sus bajadas, sus arranques de energía y sus intros y outros emocionales. Puede que sea un sacrilegio no otorgar la condición de imprescindible a este disco, pero, hey, los discos tienen diez, doce canciones, incluso discos clásicos contienen gazapos, este, por ejemplo, contiene un par de canciones de una vulgaridad e intrascendencia absolutas, y eso es lo que tienen los promedios y las matemáticas, oigan.

domingo, 24 de marzo de 2019

Kanye West: The Life of Pablo

Año de publicación: 2016
Valoración: muy recomendable

No por muy brillante que me parezca su obra, a medida que la voy conociendo, voy a dejar de confesar el enorme escepticismo que me despierta la figura de Kanye West. Un tipo capaz de encargarse un Rolex con diamantes que tracen su nombre, un tipo que no para de nombrarse a sí mismo en muchas de sus canciones (este disco que comento hoy, tiene, por ejemplo, un breve corte a cappella llamado I love Kanye) y un tipo capaz de meterse (vía conyugal) en el extraño e incomprensible mundo de la familia Kardashian. Un tipo cuya fama es descomunal y suficiente para mucho más que hartarse de ver su barba recortada y su pose chulesca, pero que a la vez demuestra un gusto exquisito a la hora de elegir samples, de elegir colaboradores, y un atrevimiento superlativo a la hora de experimentar, de innovar, de fusionar elementos aparentemente incompatibles.
Hace poco, mirad si estoy en la inopia, me enteré de su estrecha colaboración en Late registration, allá por 2005, con Jon Brion, músico por el que siento tan rendida admiración que no me decido por cuál de sus discos presentar aquí una semana de estas. Y un poco es lo que me pasaba con West. Músico prolífico para los cánones actuales donde aquello tan woodyalleniano de sacar un disco al año es una utopía. Podría haber elegido el arriba mencionado, podría haberlo probado (a ver si funcionaba mejor que otras veces) con My Beautiful Dark Twisted Fantasy, uno de los pocos discos a que Pitchfork le concedió un 10, con un disco lleno de aristas como Yeezus, o haber experimentado con alguno de los otros discos que ha publicado y que no he oído.
Aunque un tipo que incluye el número 808 en el titulo de un disco merece toda mi admiración.
Pero The Life of Pablo tiene algo especial. Independientemente de que uno opine si el Pablo del título es San Pablo, Escobar o Picasso, a pesar de contar con una portada intencionadamente fea, este es un disco brillante. Ya en su concepción: consciente de que el disco sería pasto de descargas y streaming, decidió, tras publicarlo casi por sorpresa, que las ediciones del disco fueran revisadas, que el disco no dispusiera de una configuración definitiva sino que fuera una especie de proyecto en progresión dinámica, susceptible de retoques y mejoras, como para incomodar al oyente siempre atento a si eso que oía era lo definitivo. Sí, quizás no tan novedoso o no más que, por ejemplo, lo que hicieron Radiohead con In Rainbows (regalarlo y dejar que la gente les pagara "la voluntad"), pero en todo caso, algo que marcaba el signo de los tiempos. Si West pensaba que algo en el disco era mejorable, actualizaría el fichero y listos: como si fuera software.
He de reconocer que esto me desorienta a la hora de hablar del disco: supongamos que hablo de su versión más divulgada. Que se abre con cuatro magníficas canciones: Ultralight Beam, ceremoniosa balada apocalíptica con tendencia (esos coros de gospel) a la espiritualidad, organizada en torno a poderosos ganchos vocales y a una especie de riff de bajo que rebota y un esquema rítmico minimalista. Father Stretch My Hands, dividida en dos partes, a cual más agresiva y dinámica, como una reivindicación del poderío vocal a la vez que una apoteosis de samples a destajo, otra vez esa espiritualidad pero aquí ya trasluce cierto cabreo y cierto desprendimiento del misticismo inicial. Esto es un disco de Kanye West, narices, y aquí ha de haber de todo. De todo significa samplear desde Mr. Fingers hasta Goldfrapp pasando por Nina Simone, como sucede en Famous, extraordinaria pieza que cuenta con la presencia de Rihanna  y con un polémico video donde el imaginario de West se muestra bastante a las claras.
Las colaboraciones toman el timón del disco a partir de ese momento y, cuestión frecuente en la era de internet, de Spotify y del uso del skip, el nivel del disco acusa un relativo bajón del cual ayudantes del rango de Frank Ocean o Kendrick Lamar no consiguen sacar. Hay interesantes experimentos como Wolves o Fade, pero no dan para sostener el extraordinario arranque durante 16 canciones. O al menos en la versión que he escuchado. Una cuestión algo incómoda: The life of Pablo planteado como proyecto permanentemente en progreso, como si fuera un monumento en construcción que hay que visitar de vez en cuando a ver cómo avanza. Pues eso, que West puede parecerte un gilipollas engreído (parece ser que le ríe las gracias a Trump y todo), pero su obra se obstina en indicar lo contrario.

domingo, 17 de marzo de 2019

Hiru truku: Hiru truku


Año de publicación: 1994
Valoración: Muy recomendable... ¡o qué narices, incluso imprescindible!


Hiru truku (literalmente, "tres turcos", en euskara) fue uno de esos felices alumbramientos, gracias a una conjunción de músicos excepcionales y con un interés común, que se dan de cuando en cuando en la música, tanto "culta" como popular. En este caso, la reunión en 1994 de tres luminarias de la música vasca de los años 90: el prodigioso cantautor Ruper Ordorika, el acordeonista Joseba Tapia y el miembro de los -a estas alturas, pero también por entonces- legendarios Oskorri Bixente Martínez, con el objetivo, que puede parecer en principio modesto pero que no lo es para nada, de recuperar canciones ya casi perdidas del repertorio vasco en dialecto vizcaíno (es decir, no sólo circunscritas a los límites de Bizkaia, sino también al valle del Deba, en Gipuzkoa). Así, rebuscando en antiguos cancioneros, como el del padre Donostia, Resurrección María de Azkue o el padre Lafitte, encontraron auténticas joyas musicales.

El resultado no pudo salir mejor: trece canciones rescatadas de la noche de los tiempos (bueno, al menos de la época del Antiguo Régimen), coplas y baladas populares, pero remozadas con exquisito gusto y con el puntito novedoso, quizás de ser interpretadas por voces masculinas, puesto que resulta evidente que la mayoría de ellas debían de ser cantadas sobre todo por las mujeres... O al menos reflejan el punto de vista de éstas: sobre las circunstancias y vicisitudes del amor -como en la metafórica Eguna Zala- pero, sobre todo, del sexo: es el caso de Ana Juanixe, llena de requiebros amorosos y picaresca digna del Decamerón (o , al menos, de algunas fábulas eróticas de Samaniego); Peru Gurea, en la que una señora y su criado parecen entenderse a las mil maravillas mientras el marido se ha ido de viaje a Londres y la estupenda y divertidísima Leixibatxoa, en la que una lavandera esquiva a base de afiladas réplicas los requerimientos de un fraile.

Pero son más frecuentes las canciones que cuentan lasa desgracias que les suceden a otras mujeres, desde la joven nuera que su suegra manda asesinar en Frantziako Andrea a la chica que es secuestrada por un marinero en Isabelatxu. En Aldaztorrean , una joven , parece que noble, se queda sin hombres en su familia que la defiendan y también sin dote, mientras que la protagonista de Bart Amarretan sí que consigue casarse la noche anterior, pero queda viuda  -no sabemos por qué- al cabo de tan sólo una hora... En fin, todo un cúmulo de infortunios los que se narran en estos cantares, tal vez con el objeto de advertir a las neskak sobre las desgracias y peligros que acechaban -y acechan- en la difícil existencia que aún les aguardaba. Puede que como contrapunto, se incluyó en el disco la estimulante y transgresora Neska Soldadua, sobre una decidida muchacha que se hace pasar por hombre para emprender una exitosa carrera militar (canción, sin duda, basada en la figura histórica de la guipuzcoana Catalina de Erauso).

Hay que mencionar también una pieza que, casi amodo de cantar épico, narra la historia del caballero Jaun Zuriano, a medio camino entre un cuanto de fantasmas y las figuras míticas de Ulises y el Rey Arturo. Por ultimo, en una recopilación de cantares vascos de tiempos antiguos no podían faltar los de temática religiosa -que además quizás sean, musicalmente, los más logrados: el curioso canto pre-fúnebre Izar ederrak, el festivo y primaveral -casi diríamos que franciscano- Arrateko Zelaiako y, sobre todo, la elegante polifonía que cierra el disco: Orbelak Airez, hojarasca al aire.

En suma, una colección de canciones tradicionales más compleja, tanto en lo melódico como en el nivel metafórico y elusivo de sus letras, de lo que puede parecer a primer oído, y que, por fortuna, tuvo aún dos recopilatorios continuadores: Hiru Truku II (Mendebaldeko Euskal Kantak II), también dedicado a las canciones del dialecto vizcaíno y Nafarroako Kantu Zaharrak, sobre las del reino de Navarra.



domingo, 10 de marzo de 2019

David Sylvian: Secrets of the Beehive

Año de publicación: 1987
Valoración: muy recomendable

El fogonazo de gloria con Japan había quedado muy atrás. Por supuesto, el absurdo alineamiento (como mucho, por compartir ciertos excesos estéticos) con el movimiento new-romantic ya había sido más que enterrado por lo absurdo del planteamiento y el tiempo confirmando trayectorias dispares. Aunque he leído teorías muy distintas (líos de faldas, diferencias creativas irresolubles) sobre la separación de la banda en el pico de su éxito, no veo a Japan, intérpretes de Ghosts, en el mismo ámbito (respetables ambos por supuesto) que Duran Duran, intérpretes de Hungry like the Wolf.
Así que David Sylvian inicia en 1983 una carrera en solitario, despojado de toda premisa comercial, de toda necesidad urgente de obtener rentabilidad, liberado (sin cambiar de sello, Virgin aún era en esos tiempos una discográfica entregada a la vanguardia sonora) y libre, valga la redundancia, para crear una música introspectiva, reflexiva, elaborada, ajena al bullicio y al exceso sonoro propio de la última mitad de los 80. Secrets of the Beehive fue su cuarto disco, y es un prodigioso ejemplo, desde esa portada que ya define el disco, de artista que ha elegido un camino con convicción. Cosa que alinea a Sylvian con un reducido grupo en el que estarían Scott Walker o Marc Almond.
Es difícil destacar canciones en un disco que es enormemente fiel a un perfil sonoro: canciones con estructuras cercanas al jazz, instrumentación escasa pero en manos de músicos de elevado perfil (incluyendo algún antiguo componente de Japan), y un aire de intimidad, de mejora a cada escucha, de meticulosidad en la introducción de elementos (otro espíritu libre, Ryuichi Sakamoto, aporta esplendorosa instrumentación y gloriosos arreglos de acuerda que enriquecen y apuntalan cada canción). Las influencias son poco detectables, cierto aire oriental aún queda depositado, algunas ediciones del disco cuentan con el añadido extra de la sublime  Forbidden Colours, en general hablamos de una música absolutamente original, desde la brevedad casi esquemática de September, marcando el ritmo, hasta los aires más pop de Orpheus, el disco nos remite al Sylvian que dominaba la banda en canciones lentas, introspectivas, tristes, con un halo de melancolía que lo acercaba irremisiblemente a una versión más europea, menos psicodélica de Nick Drake, eso sí, con los aderezos instrumentales propios de la gente que rodeaba a Sylvian: aquí hay cuerdas, bajos de doble mástil, sintetizadores que aportan textura, trompetas en sordina. Secrets of the Beehive es un disco imprescindible para los seguidores del músico, de la banda, de los años 80 como vivero de músicos que, con cierta repercusión comercial, se atrevían a buscar nuevos sonidos y a experimentar. Cierto perfil de oyente puede encontrarlo plano, monótono, tendente a la depresión, se diría que el disco entero parece emboscado a lo que sugiere la portada: un rincón húmedo y oscuro donde sentarse a descansar. Respetando cualquier gusto, a los que piensen así, no sabéis lo que os perdéis.

domingo, 3 de marzo de 2019

J Balvin: Vibras


Año de publicación: 2018
Valoración: ejemplar (y recomendable)

Un nuevo estilo musical se apodera del gusto de la gente joven. Es simple y repetitivo, se diría que machacón. El ritmo es prácticamente el mismo en cualquier canción y sus mensajes son exasperantemente primarios, casi todos ellos basados en las relaciones personales y estableciendo analogías poco disimuladas de carácter sexual. Pero es un estilo que está condenado a no perdurar. Tan pronto la gente se canse de oír constantemente lo mismo, tan pronto como la gente se canse de sus estrellas emergentes, el estilo desaparecerá o quedará confinado a un rincón minoritario, y se regresará a los cánones de calidad y respeto por las formas, de las cuales igual nunca debería haberse salido.

Su nombre empieza por R.

Pregunto: ¿no pensáis que esto se dijo del rock'n'roll en los 50 o del rap en los 80?
Pregunto: ¿quién nos otorga la vara de medir para decir que este género tan denostado no puede evolucionar, como hicieron los dos nombrados como ejemplo. 
Pregunto: ¿y por qué evolucionar, si a la gente a que gusta el género puede que le guste así, y ya está? ¿Es que hay que evolucionar siempre hasta alcanzar la zona en la que el oyente "promedio" se siente cómodo y puede seguir aplicando sus prejuicios y su conocimiento de la verdad absoluta?
¿Es que tenemos que mantener nuestros oídos bloqueados ante ciertas músicas porque hay una barrera que ya desistimos de intentar franquear? Y esa barrera: ¿cultural, social, de idioma, de raza, de clase, generacional? ¿De verdad creemos que hemos de auto-limitarnos el acceso a según qué música alegando según qué argumento? ¿No será que no soportaríamos que nos gustara la misma música que a según quién? En algún sitio tiene que estar escrito, sí, que no puede gustarte a la vez Leonard Cohen, The XX, los Jam y J Balvin. O sea, que ciertas cosas son excluyentes, y que algo inconcreto que flota en el aire dictamina y determina esa incompatibilidad.
O sea, que algunos somos LOS ELEGIDOS.

(espacio dejado en blanco para que os echéis por el suelo de la risa)

Lo reconozco: aunque intentemos reseñar novedades de vez en cuando, este blog no tiene otro remedio que ir un poco a remolque de la atención que medios más poderosos marcan. Ese es forzosamente un primer filtro porque ni asistimos a prèmieres ni accedemos a maquetas o a conciertos de estrellas en ciernes. Nos nutrimos de nuestras colecciones, de las plataformas de streaming y de esa persistente nube de opinadores que nos influye a ir probando. Lo de ir probando es algo sumamente aconsejable en lo concerniente a la música, y algo sustancial a eso de ir probando es encontrarse con cosas que a uno no le gustan. O que no le gustan a la primera.
Es obvio que si J Balvin no hubiera sido portada de RockDeLux, una revista que no suele claudicar con las corrientes mayoritarias, yo hubiera seguido prescindiendo de escuchar sus discos. Pero Balvin no es un fenómeno puntual: Vibras es su quinto disco. También es el primer músico colombiano al que prestamos atención aquí, y quizás aquí podría iniciar una disertación que se extendería por unos cuantos párrafos sobre la creciente influencia de la comunidad hispanoparlante en Estados Unidos y, por tanto, en una parte muy sustancial de la industria musical. Lo dejo ahí. Pero cinco discos son ya suficientes para comprender que esto no es un éxito de un tipo que entrega a un mercado lo que el mercado quiere hasta que la gente se harta de él. Tampoco es que entonces necesariamente la calidad (¿qué cojones es la "calidad"?) tenga que estar presente por esa circunstancia. Vibras es un disco que obviamente habrá contado con el apoyo (supongo, condicionado) propio de esa infraestructura que, hallado el filón comercial, pretende que este continúe dando resultados y que, en la medida de lo posible, genere su correspondiente star-system que le aporte continuidad. Puede, entonces, que la industria simplemente se haya decidido por apostar fuerte por el reggaeton (vaya; decenas de líneas y no había dicho la palabra de marras) a base de señalar a sus figuras señeras y no escatimar en medios a la hora de producir sus discos, aportar colaboradores, promocionarlos, organizar giras. Todo eso que cierto sector del mercado respeta sin dudarlo si lo hace Radiohead, por ejemplo.
Si os dáis cuenta, toda esta parrafada es una mera justificación. Hablaré de Vibras. Portada austera a más no poder, incluso algo cutre. El nombre del artista no figura en ella: no hay desde luego ninguna de las imágenes que uno espera de un disco de este género. Ni macho dominante rodeado de chicas ligeras de ropa en pose procaz ni vehículos de alta gama ni profusión de ropa de marca y tatuajes.
Hablemos de la música: el reggaeton es, básicamente, música para bailar. Incluso diría que para un tipo de baile concebido como preámbulo de algo más, erm, físico.  Basada en un ritmo suave, marcado, sincopado, pausado, y con un fuerte peso de la melodía a cargo de la parte vocal. Permitidme que haga una pequeña confesión: a veces es mejor no comprender la letra de las canciones que se escuchan. Este disco es un caso paradigmático: las letras son una acumulación de tópicos basadas en las relaciones personales, con una tonalidad romántica más respetuosa que algunos ejemplos del género, pero por lo general de una ligereza y una simplicidad argumental bastante patente. No es que yo fuera a esperar de una letra de J Balvin ningún mensaje vital de calado.
Tomemos como ejemplo el tercer tema del disco, Ambiente, con frases como "su pelo que le llega al suelo" o, visionando el videoclip refrescante y rebosante de estética caribeña, el sonrojante estereotipo (tipo al que le gusta chica cañón, pero ella prefiere las chicas, y, aunque le da un beso apasionado, vuelve con las chicas) solo puede quedar como un retrato arquetípico del estilo: letra memorizable, ritmo pausado e incluso atractivo, voz omnipresente pasada por auto-tune (ergo, luego los directos son insufribles, supongo). Aunque es curioso que contenga algunos hallazgos sonoros, que delatan cierta inquietud, quizás osadía. Ese amagar con un principio de silaba para ganar un pulso en el ritmo (aq-aquí), ese intercalar un primer golpe de una estrofa sobre el último de la anterior. Sobre una base que ya no es reggae sino dub. Venimos de un clásico como Mi gente donde los golpes de percusión son casi de batucada. Y vamos a Cuando Tú Quieras", este incorpora marimbas y todo, además de un título paradigmático que viene a demostrar que J Balvin quiere separarse del concepto machirulo del género y adoptar una actitud algo más "romántica".
Vibras, por supuesto, tiene algunas canciones horrorosas, supongo que concesiones pues no se trata de experimentar a destajo con el ritmo. No es justo es carne de fondo sonoro de reality-show, Machika es una apoteosis de vulgaridad, la colaboración de Rosalía, Brillo, es una buena canción, pero es una canción de Rosalía más que de Balvin.
Sugiero que oigáis el disco, intentéis despojaros de preconcepciones, no atendáis demasiado al contenido de las letras, y juzguéis por vosotros mismos.
Aunque eso es lo que habría que hacer siempre.