domingo, 25 de noviembre de 2018

Antonio Carlos Jobim: Wave

Año de publicación: 1967
Valoración: imprescindible

Honestamente he de reconocer que, incluso cuando llevaba algunos años como aficionado a los sonidos brasileños, no supe de este disco hasta que leí una entrevista con unos de los bartleby musicales, Kruder & Dorfmeister, donde lo mencionaban de una forma curiosa: habían aprendido ciertas técnicas de guitarra a base de practicar con las partituras de este disco. Años más tarde, alguien me comentó que la bossa-nova como estilo requería una cierta pericia en sus partes para este instrumento.
En 1967, Antonio Carlos Jobim ya era un mito. El material compositivo que había sido usado en el imperecedero Getz / Gilberto debía procurarle fama y royalties y podría, eso hizo, dedicarse con total libertad a encauzar su creatividad hacia donde quisiera. Sus composiciones clásicas estaban ahí, y no tenía más necesidad que la puramente artística. Sin ir más lejos, en ese mismo año se publicó su álbum a medias con Frank Sinatra
Wave se aleja algo de ese material. Solo una canción contiene partes vocales, del propio Jobim, como Joao Gilberto, cantantes de poca técnica pero ajustada a los requisitos de una música que no precisaba alardes y gorgoritos. La dicción no tenía que ser depurada, en el fondo las letras eran apenas mensajes universales susurrados en un entorno de perezosa saudade, la banda sonora perfecta para una tarde relajada a la sombra mirando como la gente retozaba en la arena de una última semana de septiembre. 
Jobim no tuvo la culpa de como parte de esa música se neutralizó en conceptos comercializables como el chill-out, el lounge o el easy-listening. Pero está claro que alcanzar a las masas conlleva ese riesgo. Wave es, en el fondo, un disco de jazz. Lo publicó el sello A&M pero cualquiera diría que sí a gritos si le afirmaran que en realidad fue Verve. Trampa; su productor, Creed Taylor había salido del clásico sello de jazz y se había apresurado a contratar a Jobim para grabar esta maravilla. Y su media hora escasa resulta, a primera y distraída escucha, hasta plana y monótona. Por eso hay que oírlo detenidamente, despojándose de otras distracciones y preconcepciones, prestando atención a esa producción ligeramente añeja pero aún inmejorable. El arranque de guitarra y flauta de Wave, la canción, con el piano tomando rápidamente las riendas de la melodía, con un aire de improvisación y sus puntuales regresos a la melodía. Las contestaciones de la sección de viento, el tono añejo de las cuerdas punteando con sus contramelodías. Triste, otra vez piano con una melodía pegajosa arrebatada por la trompeta. Mojave, increíble arranque protagonizado por la flauta. Dialogo, concebida como eso, un vaivén entre instrumentos, un arrullo que las cuerdas se encargan de finiquitar. Antigua, que incorpora lo que parece ser un clavicordio que arrastra toda la canción hacia un lugar tranquilo y feliz del que no querremos volver. Solo Captain Bacardi (pero hay un título más adecuado) se permite cierta licencia festiva, cierto toque perezoso (todo el disco desprende esa sensación: la de que se está mejor escuchando esto que haciendo cualquier otra cosa) y un arranque más relacionado con la samba o hasta con el jazz de big-band.
En fin: el disco está disponible para su escucha íntegra en Youtube. Historia viva de la música, cincuenta años después, no sé a qué esperáis.

domingo, 18 de noviembre de 2018

Rosalía: El mal querer

Año de publicación: 2018
Valoración: muy recomendable

Primer planteamiento que me hago. Si, por su alineación estilística con el flamenco, dispongo de la más mínima autoridad moral para reseñar un disco cuyo género "principal" no es algo que yo conozca en profundidad.
Y me respondo: pero esas bases, esa actitud callejera (alguien cercano me dice, algo forzada), ese devaneo con lo electrónico y esa vocación de globalidad, digo, no pesará más esa etiqueta algo genérica, pop, que no puedo resistirme a adjudicarle al disco.
Porque en sus actuaciones se presenta con coreografía. Porque ya ha sido objeto de atención (perdón: de veneración) en sitios como Pitchfork. O ha salido en ese tótem que es el show de Jools Holland y la ha reseñado un icono british como The Guardian y, pero esto ya es más cosa de la arrolladora maquinaria del marketing de Sony, su disco se anuncia en Times Square que es la esquina más célebre del planeta.
El marketing también insiste en presentarla como una sencilla chica catalana que aún vive en Sant Esteve de Sesrovires: pueblo famoso por la fábrica de Chupa Chups y por la prisión de Can Brians. Pero aquí al lado. Media hora conduciendo y podría plantarme ante su casa y pedirle una reseña más entrevista y a lo mejor saldría de mi gran duda. 
Que es conocer sus intenciones. Porque en medio de toda la vorágine, las acusaciones de apropiación, de uso de referentes culturales ajenos, las manos a la cabeza de los puristas (menudo el género flamenco para discusiones sobre purismo, intuyo), el escepticismo sobre esa oleada de expectación, la previsible (día 17: segura, abrumadora) saturación que se avecina, sin ir más lejos con los Grammy para los que está nominada entregándose la noche del día (jueves 15) en que me decido a escribir esta reseña, básicamente porque a ciertos discos, este es uno, anticipo, no tiene sentido darles la espalda para hacerse el snob, por eso, he prestado su debida atención al disco, apenas media hora y once canciones (ya puedes estirar su impacto pues media hora de música no da para tanto, Rosalía), y ahora los admiradores salen de debajo de las piedras, y tus intenciones, perdona que me atreva a pedir que lo aclares, deberían mostrar si talento y carisma y seguridad en ti misma son suficientes para optar por las compañías adecuadas. 
O sea, algún día habrás de elegir si colaboras con Kendrick Lamar o James Blake (algo suena a James Blake en alguna canción de El mal querer) o lo haces con alguno de esos bichos advenedizos sin talento como Alejandro Sanz, que se van a dedicar a cortejarte, a adularte, puede que a pretender apadrinarte. Por favor, envía a la mierda a tipos como Alejandro Sanz y a toda la generación de OT. Deberías jugar en otra liga.
De momento, por eso, tienes el beneficio de la duda. Tu disco es un muy buen disco de música que toca aquí y allá, fusíón, dicen, otro concepto peligroso, que innova casi sin querer y sin pasarse. Bien producido, con un tracklisting inteligente que elude sentar el culo en un sonido concreto. Quizás, quizás, iniciarlo con el adelanto en single, esa infecciosa (y premiada) Malamente, represente una elección algo obvia. Pero se desarrolla de forma rápida y se engulle antes de que uno se dé cuenta. En mi caso, pasando rápidamente por los temas a capella, que suelo despreciar de antemano. Lo de hablar de gitanillos y de la Luna en las letras vamos a dejarlo correr. Seguramente la mayoría de la gente que compre el disco no entienda ni jota de tus letras. El sonido y ese fraseo tuyo puede que apabullen a quienes no están acostumbrados a esas sonoridades exóticas, a eso de la fusión. Pero en este micromundo de aquí ya ha habido artistas que te han abierto brecha. La Mala Rodriguez o la irregular Bebe. O las aventuras más escoradas hacia el flamenco de Sílvia Pérez Cruz. Por no hablar de la actitud de otra adorada por Pitchfork, la mismísima Bad Gyal, con la que compartes pose poligonera, estilismo desavergonzadamente choni y claro, adaptación de los ritmos trap.
Subirte a esas nubes puede marearte, claro. Seguramente el mejor consejo que podría dar aquí sería que quien quiera disfrutar con tu música empiece por alejarse de todos los medios (sábado 17, tres páginas en el suplemento de cultural y dos páginas en información general, más portada de un solo medio) que van a saturarnos sobre tu figura y sobre tu obra. Los que van a decir que están hartos de ti porque estás hasta en la sopa van a tener razón. Pero en la corta distancia, auriculares y de noche, o conduciendo por una autopista sin demasiado tráfico, sin el oropel de las coreografías, de tu poderosa imagen de mujer joven empoderada y con dominio de su carrera (o sea, como debería poder ser todo el mundo), canciones como Di mi nombre, con su poderoso ritmo de sonoridades dubstep, o la excelente Bagdad (solo los barceloneses podemos comprender esa mención al sitio de donde sale la protagonista de la canción), si son respetadas por la sobre-exposición, merecen su pequeño lugar en el boulevard de la fama local. Lo demás, básicamente el pandemónium,  las hipérboles a que la artista se encontrará expuesta en los próximos meses, no puede preverse. Pero sí contestarse. Me conformo que en un par de años entregue otro disco tan bueno, tan valiente y tan seductor como este.

domingo, 11 de noviembre de 2018

Meat Loaf: Bat out of hell

Año de publicación: 1977
Valoración: seminal

Meat Loaf era, es, su apelativo. "Cacho Carne". Marvin Lee Aday su nombre civil, y este fue su segundo álbum y la prueba fehaciente de que fue el disco por el que será recordado es que, cada vez que ha necesitado advertir al mundo acerca de su presencia, algunos de sus discos han acudido al socorrido truco de llamarse Murciélago del infierno IIBat out of Hell III. 
Lo que consiguió en este disco puede ser fruto de la casualidad, aunque los ingredientes, claro, cuentan. Producción de Todd Rundgren, músico relativamente vanguardista a caballo entre lo clásico y lo experimental (sin pasarse). Impactante ilustración de portada a cargo de Richard Corben, celebrado dibujante, con cielos rojos, murciélagos y cementerios y el tipo musculado (quede claro que no se trata de Loaf, que parecía un anuncio andante sobre los peligros del abuso del fast-food, el colesterol y las cardiopatías) sobre una moto. Haría las delicias del amigo Oriol.
Con la debida distancia de las cuatro décadas transcurridas, esas referencias gráficas y sonoras podrían resultar, hoy en día, incluso risibles. ¡Pero si acabamos de celebrar Halloween y la cultura zombie es casi un gancho para pre-adolescentes! En cualquier, caso, quede claro que estamos ante un disco enormemente inspirado. De aires épicos y grandilocuentes, casi una ópera-rock con sus correspondientes vaivenes y su tensión acumulada, cosa que hoy puede parecernos hasta grotesco. El sonido hoy puede parecernos un poco plano, pero responde a los cánones de la época. Guitarras, batería  con caja atronadora, los teclados de Roy Bittan (de la E-Street Band de Springsteen, toda una garantía, y sus fraseos de piano merecen atención), y la voz de Meat Loaf, en el punto exacto de intimidación y leve guturalidad, un cantante solvente y expresivo, la indudable baza del disco pues su voz lo acapara todo y le aporta ese aire ligeramente perverso.
Siete canciones, equilibrio entre baladas (Meat Loaf no tiene la culpa de que los Scorpions o Aerosmith "elevaran" la balada heavy metal a las cotas de vergüenza ajena en que se situó) y largos temas más rápidos, la poderosa baza del disco, auténticas "opus" con parones y acelerones, dando tiempo a toda clase de recursos más o menos "creativos", incluyendo interludios carnales de aires funkies, y por supuesto, subidones de esos dignos para los directos y para inflamar habitaciones veinteañeras. 
Desde el arranque con la canción del título, conducida por el piano de Bittan, pasando por el majestuoso mid tempo de You Took The Words Right Out Of My Mouth, gloriosa muestra de la capacidad vocal de Marvin Lee Aday, que conduce toda la canción, con las paradas obligatorias en Paradise By The Dashboard Light, con sus idas y venidas, definidas por la épica y un cierto aire misógino e insano, y, claro, el tono casi eclesiástico en baladas como Two Out Of Three Ain't Bad, tan celebradas en su tiempo que hoy nos parecen canciones para bodas kitsch.
Del grupo poco más se supo salvo por los intentos de recuperación de la gloria con las sucesivas revisiones de este disco. Ah, perdón. Meat Loaf tendría un enorme éxito en un dueto con Bonnie Tyler en una canción insoportable llamada Total eclipse of the heart. Ningún karaoke borracho a las cinco de la mañana está completo sin ella.


domingo, 4 de noviembre de 2018

Benjamin Biolay: Vengeance

Año de publicación: 2012
Valoración: Recomendable

Escribir un artículo sobre Benjamin Biolay y asociar su nombre al de Serge Gainsbourg parece haberse convertido en una especie de lugar común, pero no está exento de cierta razón. Dos vendrían a ser los principales motivos, en mi opinión: su eclecticismo musical y sus sonadas conquistas amorosas (Carla Bruni, Vanessa Paradis o Chiara Mastroianni en el caso de Biolay y Jane Birkin o Brigitte Bardot en el caso de Gainsbourg).

Centrándonos en lo musical y en el comentado eclecticismo de Benjamin Biolay, este disco es buena muestra de el: hay saxos, programaciones, arreglos orquestales, etc en temas que abarcan del rock al rap pasando por el pop, el soul, la chanson francesa más "tradicional" o el hip-hop en castellano. Todo cabe en "Vengeance". Pero dos son las razones que hacen que este disco no acabe de funcionar del todo.

La primera son las malditas comparaciones. Y es que "Vengeance" llega inmediatamente después de "La Superbe", ese disco doble ambicioso y magistral que supuso la gran evolución musical de Benjamin Biolay. Cualquier disco palidece en comparación con "La Superbe", pero "Vengeance" tiene la mala suerte de ser solo "el siguiente".

La segunda, íntimamente ligada a la anterior, es el exceso que recorre "Vengeance". Creo que Biolay es perfectamente consciente de lo que ha conseguido con "La Superbe" y, precisamente por eso, trata de dar un arriesgado triple salto mortal. Parece que pretende demostrar que es capaz de abarcar multitud de registros y que no piensa vivir de los réditos musicales de "La Superbe". Sinceramente, creo que se equivoca. Tanto eclecticismo y tanto querer abarcar diferentes estilos hace que "Vengeance" carezca, a mi entender, de coherencia interna y que la escucha del disco avance como a trompicones.

Frente a esto, hay que reconocerle a Biolay ese querer salir de su zona de confort y ese afán experimentador, algo que no suele ser muy habitual. Además, es obvio que a Biolay no se le ha olvidado eso de componer canciones. Algunos de los temas incluidos en "Vengeance" son de notable alto. Destacan el single "Aime mon amour", con su saxo in crescendo hacia el final dela canción, la más rockera "Le sommel attendra", la levemente electrónica "Marlene deconne" (buenas programaciones), el intensísimo rap "Ne regrette rien" a dúo con Orelsan o la naif "Confettis", esta vez a dúo con Julia Stone.

En fin, un disco que, aunque no está entre los mejores de Benjamin Biolay, demuestra por momentos que nos encontramos ante de uno de los mayores (o el mayor) talentos de la música francesa de los últimos años. Eso sí, si no habéis oído nada de este hombre, empezad por "La Superbe", "Rose Kennedy" o !A l'origine", por ejemplo.