domingo, 28 de abril de 2019

Talking Heads: Remain in Light

Año de publicación: 1980
Valoración: imprescindible

Dice la historia, y no voy a contradecirla, que el germen de Remain in light ya está en I zimbra, nervioso inicio del álbum anterior del grupo, con sus convulsiones y su lenguaje inventado pretendidamente africanoide, y en el experimento que Brian Eno, productor de la banda y David Byrne, líder, habían organizado en ese protodisco de la World Music llamado Life in the bush of ghosts.
Benditos sean esos orígenes, en cualquier caso, si hacen que este disco sea la joya incontestable que resulta ser, un auténtico patadón hacia adelante en el ámbito de la música, sea popular, contemporánea, rock, experimental, y una referencia de la que beben tantos y tantos artistas, porque a ver quién va a negar la influencia de estos sonidos en Franz Ferdinand, en Vampire Weekend, en The Knife, en LCD Soundsystem,  en tantos de esos grupos que han experimentando blanqueando el funk, poniendo algo de influencia tribal, usando coros en tonos casi paganamente ceremoniales.
Poco importa que luego David Byrne se nos despistara un poco y se pasara de frenada en lo de visitar el mundo a la búsqueda de gemas escondidas (y en medio de todo ello se cargara a la banda en uno de esos finales sin final del cual me gustaría conocer los detalles).
Y este es el disco definitivo de la banda que tomaría un camino más exitoso, más comercial quizás, a partir de ahí, como una inflexión a la que repercusión y presión industrial obligarían, o el enorme impacto de Stop making sense, documental y directo descollantes, vuelta de tuerca en algo que pareció virar, y la MTV tendría que ver lo suyo, en una especie de autoparodia.
Por eso la virtud principal de Remain in light es su pureza conceptual. Excepto la celebérrima Once in a lifetime, todas las canciones del disco se elevaron a la categoría de clásico exclusivamente por sus virtudes innovadoras. desde el bajo neumático de Born Under Punches (The Heat Goes On) hasta la alegoría mística  con regusto ecologista Listening Wind, el reverso de la acelerada Cities de Fear of music,  el álbum es un portentoso y cohesionado catálogo que, cuatro décadas más tarde, aún resulta arriesgado, osado, como si entonces la banda hubiera decidido enterrar definitivamente el concepto de new-wave, el concepto de art-rock. como si abandonara simbólicamente la estética de camisa de cuadros y se decidiera por cualquier otra cosa, quizás las enormes chaquetas que Byrne lucía en los conciertos, quizás la guayabera que a más de uno se le indigestó.
Claro que en esta aventura las colaboraciones pesaron lo suyo: la banda se apoyó en la producción de Brian Eno (quizás algún día haya justicia para el papel de Brian Eno en la música de las últimas décadas), y, debido a la densidad sonora de la música concebida, se optó por la incorporación de reputados colaboradores como Adrian Belew (King Crimson ) o el trompetista Jon Hassell.
El resultado luce: una música compleja, hipnótica, con una pulsación a la vez atractiva e incómoda, una sensación que muchos músicos han intentado recrear desde entonces. Este es el original.

domingo, 21 de abril de 2019

Marvin Gaye: What's Going On


Año de publicación: 1971
Valoración: casi imprescindible

¿Pero ibas a solventar este "icono" con un roñoso "muy recomendable"?

Pues me la iba a jugar. Este es un disco magnífico, sí, un poco rácano en duración (no llega a los 35 minutos, pero estamos en 1971, no hacía rellenar una rodaja de plástico con cualquier cosa que sonara), pero al final, quizás un disco más importante en cuanto a su mensaje social que en lo que es estrictamente musical o sonoro. Y no me importaría iniciar un debate sobre lo que es sustancial en la música si pasamos a defender las canciones o incluso si pretendemos considerarlas literatura. Ya hay por ahí algún otro blog que se dedica a eso y, ya que me da por firmar las reseñas, aceptaré que no soy precisamente un entusiasta de Bob Dylan y en su faceta estrictamente musical (con alguna excepción honrosa como la soberbia Hurricane) , nunca me ha parecido un artista ni interesante ni innovador.
Esto iba al hilo de que se suele considerar What's going on como un hito de la música soul ya que es el primer álbum masivo de este estilo que abandona el trillado camino de las letras con referencias a las relaciones personales y expone una problemática social y política, aprovechando la coyuntura para hablar de ecología, de la guerra de Vietnam, de las injusticias sociales. Gaye, orgulloso desde esa portada con mirada firme y decidida, serena también, como si fuera un músico que fuera a apuntarse a las black panthers, contaba con la experiencia de su hermano, tres años en Vietnam, y ya era un músico reputado y poderoso publicando para la Tamla Motown de Berry Gordy, con cuya hermana Anna había estado casado. Tenía serios problemas con la cocaína, ya entonces. Problemas no ajenos al episodio en el que en 1984, su propio padre, un predicador, le mató a disparos, haciendo que se integrara en la nutrida lista de estrellas de color fallecidas en circunstancias turbias o no demasiado naturales, acompañando en consecuencia a Jimi Hendrix, Sam Cooke, Otis Redding, Tupac Shakur, Michael Jackson o Prince.
La música. El disco parece concebido como una suite donde, especialmente los cinco temas de la primera cara comparten prácticamente un ritmo constante, un mid tempo y decidido marcado por percusión y un bajo portentoso, con algo que parecía más un suave funk prominente que el clásico soul caracterizado por la bipolaridad sonora (el que combinaba destellos rítmicos y baladas lacrimógenas), aderezado, ahí sí que hay que quitarse el sombrero, por unas cuerdas y unos coros que deberían, si hubiera justicia en este mundo, haber cobrado royalties de toda la generación lounge habida y por haber. La combinación de esos factores procura un colchón para las reivindicaciones de Gaye, y las seis canciones de la primera cara conjugan, con sus elegantes parones y aceleraciones, lo que parece constituirse en una especie de suite que arranca con dos preguntas (qué está pasando, qué sucede, hermano ) y se lanza a un fascinante viaje que habla de salvar a los niños, de espiritualidad, de ecología, en el que nos adentramos desde el momento en que un saxo salvaje se abre paso entre el rumor de la multitud, un glorioso inicio que algún estúpido ejecutivo se ha permitido cercenar en ediciones posteriores de homenaje al disco. Esas seis canciones, con sus ambiciosos arreglos, las respuestas de los coros, que amagan una agresividad algo contenida, convierten esa primera cara en un emblema, en una reivindicación de que el soul no se contentaba con restringirse a la recreación del dolor, del acatamiento de la represión: esta es música que levanta la voz y alza el puño.
Obviamente, y ello pesa en la valoración del disco, la cara B se resiente del poderoso influjo de la suite inicial, y solo cuando ese ritmo amaga con reaparecer, en Inner City Blues Make Me Wanna Holler, parecemos recuperar algo del espíritu de innovación sonora del disco.

domingo, 14 de abril de 2019

Billie Eilish: When We All Fall Sleep, Where Do We Go?

Año de publicación: 2019
Valoración: muy recomendable, pero posiblemente imprescindible

Billie Eilish tiene, a fecha de redactar esta reseña, 17 años. Y este es su primer disco grande, pero lleva ya tres años (echemos la resta: 14) colocando sus canciones en todos esos canales alternativos que tanto nos desorientan a los que aún pensamos que la música está en las tiendas, sobre todo. Pero no temáis: ni ha salido de la factoría Disney ni ha empezado su carrera haciendo canciones irritantes de diva precoz. O sea, opino que hay que tomarla muy en serio. Y en este disco de largo y extraño título e inquietante portada muestra sus influencias y casi humilla a algunas de ellas. E influencias, manifiestas, voluntarias o no, las hay a patadas, tan a patadas que su mezcolanza consigue erigirse en algo propio, original, quizás decir único sea ya exagerar.
When We All Fall Sleep, Where Do We Go? toma su título de una de las estrofas de uno de sus singles, la inquietante bury a friend. He dicho singles porque es, en el momento en que escribo esta reseña, una de las canciones que cuenta con un soporte visual, no siempre agradable (Chris Cunningham sería otra influencia), pero otro punto fuerte de todo el despliegue promocional que Eilish ha creado o conseguido u orquestado. Que no tiene que hacernos olvidar lo real. este disco es descomunal, inmediato, y, ya iba tocando decirlo, simplemente impropio de un artista de su edad, aunque haya contado con la ayuda de un hermano mayor de, toma viejales, 21 años, en las labores de producción y diseño de un sonido que cuenta con infinidad de detalles que lo convierten en atractivo al instante, a poco que uno tenga el mínimo interés en ciertas sonoridades. Un disco variado en sus texturas y un auténtico despliegue sonoro que revela que este par de mocosos han digerido muy buenas influencias, sean propias o del arsenal paterno (hijos de artistas, ya se sabe) y que el producto de su digestión resulta excelso. ilomilo, por ejemplo, un teórico tema menor (o sea, no tiene video) condensa, en sus escasos tres minutos, ecos de Depeche Mode (era A Broken Frame), Kraftwerk, un retorno reminiscente de Blur  y un sonido cercano  a Jamie XX. Y es fascinante. Y xanny, segunda canción, resulta ser una torch-song con bajo y vocales super-saturados y aromas de blues y jazz, que alude a Billie Holiday, a Bjork, a Erikah Badu. Eilish canta con un bagaje técnico y emocional descomunal, las letras suenan tan vividas y tan sinceras, tan crudas que uno no se quita de la cabeza la edad, 17, y Eilish puede parecer un hype, pero en cuatro canciones se ha pulido a todas esas divas entronizadas en los últimos años: Lorde, Lady Gaga, Lana del Rey (obvia influencia primeriza y curiosa coincidencia con las canciones que se hacen más prescindibles a la larga) Grimes, Rosalía, se las ha merendado a base de desparpajo y cierta clase indefinible, claro, pero se las ha merendado gracias a su talento y a un material que, de tener continuidad, de conseguir que la previsible sobreexposición lo salvaguarde y permita una maduración alejada de distorsiones, podríamos estar presenciando el auge de una auténtica estrella, capaz de todo; de empezar un disco con deep house, bad guy, a lo Disclosure y, catorce canciones después (sin ninguna que no muestre detalles, hasta el aire pop de anuncio de yogur de all the good girls go to hell - que además suena a los Arctic Monkeys del último disco o el regusto folk de 8), acabarlo con una especie de trilogía emocional que se inicia con otra maravilla, listen before i go, recreando un ambiente tenuemente cósmico (aquí hay aires de Goldfrapp o de Frank Ocean.). Y lo curioso es que para este colosal logro ni ha tenido que recurrir a la fiebre de las colaboraciones ni al recurrido pero cansino truco (aunque reconoce una gran admiración por Tyler The Creator) de sentirse tentada a rapear.
Lo dicho: un auténtico viaje de apenas 45 minutos, lección magistral bien aprendida de una artista (que ya había publicado abundante material, puede que algo inmaduro, pero siempre meticuloso), valiente, innovadora en los arreglos (esos bajos, esos detalles percusivos, esos fascinantes juegos de voces dobladas, esa administración de los silencios, esa enorme variedad de sonidos, este es un disco melancólico, con letras duras de asimilar cantadas en esa edad, no triste ni forzado, así que ni caso a quien lo defina como pop lúgubre) pero ahora concentrado en largo formato, música altamente atractiva que genera una urgencia de escucharla de nuevo, una sensación de irresistible magnetismo que particularmente me confunde y me aturde. Uno se pone este disco, la audición con auriculares es una experiencia mu aconsejable, y aconsejo ser generoso con el volumen, y piensa que no puede haber nada mejor, que esto es  nuevo y refrescante y suena de maravilla y el pack es perfecto. Estas canciones se cuecen en el estómago - esos putos graves - se incrustan en la memoria y cuesta quitarse de encima la tentación de volver a escucharlas, y apenas he mencionado unas cuantas: todo el disco es así y si hubiera de juzgar el disco por la docena larga de escuchas iniciales, este sería un disco imprescindible.
Pero aún es pronto para decirlo. De momento, para que haya un mejor disco en 2019, creo que solo Frank Ocean o Vampire Weekend puedan tener algo que quede a su altura. El listón ha quedado muy alto.

domingo, 7 de abril de 2019

La Casa Azul: La gran esfera

Año de publicación: 2019
Valoración: Muy recomendable

Ocho años han pasado desde la publicación de "La polinesia meridional" y veinte desde aquel mini-LP de carátula naif titulado "El sonido efervescente de La Casa Azul". Es hora de dejar definitivamente atrás etiquetas peyorativas como "tontipop" y similares. Ya no hay Tang de naranja ni colajet de limón, en lugar de un "hola" por primera vez hay un "adiós"  tal vez definitivo y el hedonismo post-adolescente ha dado paso a crisis de pareja, problemas de salud y "saltos a la fama", Eurovisión y OT mediante. Nada es lo mismo y ni siquiera las ganas de saltar y bailar gracias a temas que deberían "petarlo" en cualquier pista de baile logran ocultar que "va a costar hacer ver que no hay dolor, que todo sigue igual, esconder los desperfectos y disimular".

Eso es lo que más llama la atención de este "La gran esfera": el contraste entre música y letras, su carácter casi bipolar. Letras y música transitan por caminos diferentes. Títulos como "El final del amor eterno", "Ataraxia" "El colapso gravitacional" o "Nunca nadie pudo volar" indican por dónde irán los tiros: monotonía, crisis de pareja, ganas de vivir otra vida, etc.
Tú y yo, ¿recuerdas cómo rodábamos por las laderas?
Tú y yo, ¡cómo volábamos libres por la estratosfera!
Tú y yo, Y ni siquiera intuíamos la posibilidad
de que aquella luz, aquella claridad
fuera efímera y pasajera
Por el contrario, la música de "La gran esfera" quizá sea la más directa, alegre y bailable de toda la discografía de Guille Milkyway, como si fuese casi la única manera de enfrentarse y superar la adversidad. La música "mineralizada y ultravitaminada" como antídoto contra la cotidianeidad, en sentido negativo, de las letras. 

Por cada entero de alegría y color,
semanas y semanas de letargo feroz

Decía al comienzo de la reseña que ya nada es lo mismo. Musicalmente tampoco. Es cierto que el cambio ha sido progresivo, pero las canciones de La Casa Azul son cada vez menos pop (no en espíritu, ojo) y más electrónicas y abigarradas, aunque sin perder nunca esas influencias "setenteras" o de la música soul que siempre han caracterizado a La Casa Azul.  Pese a todo (o precisamente por todo) lo anterior, practicamente las diez canciones de "La gran esfera" son potenciales singles y temas como "Nunca nadie pudo volar" o "Hasta perder el control" deberían reventar cualquier fiesta que se precie.

En resumen, aunque hayamos tenido que estar ocho años contentádonos con adelantos varios y demás, creo que la espera ha merecido la pena. No sé si este es el mejor disco de La Casa Azul (si no lo es, se le acerca mucho), pero sí que es el disco de madurez de un músico muy personal.