domingo, 28 de febrero de 2021

Pet Shop Boys: Very

Año de publicación: 1993

Valoración: muy recomendable

En la carrera del dúo británico, Very cumple con la difícil misión de ser el disco posterior a la cumbre de su carrera. No en un sentido comercial, sino en un sentido artístico y de acogida crítica. El dúo era muy consciente: Behaviour había representado una ruptura con su imagen de música lúdica con mensaje y había representado una toma de conciencia del público: no eran un grupo al uso enfocado a la música bailable y reservado para un aspecto celebratorio. Jugando con los títulos de los discos, Behaviour era introspectivo pero no muy Pet Shop Boys y este disco, tres años después, tenía que mostrar (las ventas seguro que tuvieron que ver) que el grupo sabía recuperar un sonido más expansivo. 

Entonces Very se presenta con una curiosa secuencia de canciones contemplativas que hubieran encontrado encaje en su anterior disco, combinadas con números acelerados o más rítmicos (algunos levemente enajenados) y la presencia de su hit tomado a préstamo, al final del disco, versión de Go West a medida de futuros y chocantes cánticos en estadios llenos de hooligan, secuencia que lo convierte en un disco notable en contenido pero curiosamente endeble en cohesión como obra. Todo resulta un poco forzado, desde esa portada que en las primeras ediciones se presentó en plástico en relieve (también con Relentless como disco instrumental de complemento, temas nuevos que no lograron trascender ni incorporarse al historial del grupo), hasta ciertos detalles de imagen: el dúo abandona la sobriedad cool de videos como los de Being Boring y se entrega a una especie de imagen virtual generada por ordenador, con sus fractales y todo. la verdad es que se pusieron un poco pesados con ese asunto de los sombreros/conos de tráfico y, reconociendo que para afrontar ese cambio se requería convicción y seguridad en su obra, para los que acudieron (me incluyo) al disco a la búsqueda de la sensación de triste fascinación de Behaviour nos quedamos descolocados ante números casi grotescos como Yesterday When I Was Mad

Obviamente hay excelentes canciones: Liberation o To Speak Is a Sin hubieran podido complementar a su anterior disco, I Wouldn't Normally Do This Kind Of Thing no hubiera desentonado en un hipotético recopilatorio de bandas modernas jugando a hacer soul juguetón, Dreaming of the Queen o The Theatre aportan tono introspectivo de distinto matiz, con letras con contenido social y suntuosos arreglos. Seguro que esas canciones hubieran brillado más en otras circunstancias, sin el síndrome incómodo que se le nota al dúo, como una especie de necesidad contradictoria por alcanzar la excelencia desmarcándose de su evolución reciente. Very, claro, arrastra ese estigma que algunos grupos padecen: buenos discos que siguen a obras maestras absolutas y que se convierten, lamentablemente, en el primer escalón de descenso desde la cima. El grupo ha ido publicando discos y algunas de las canciones que los han integrado han resultado ser buenas canciones, pero hasta Very sus discos (y sus singles y hasta las caras B de éstos) eran secuencias imparables de generación de clásicos para su repertorio, y desde ahí, dejaron de serlo, no diré que para desesperación de sus fans, más bien para que estos asumieran que, tras cinco excelentes discos seguidos, cierto ritmo podía ser inhumano.

domingo, 21 de febrero de 2021

Saint Etienne: Tiger Bay

Año de publicación: 1994

Valoración: muy recomendable

Puede que, en su momento, este tercer disco del trío británico desconcertara a su público, pero resulta que el tiempo ha obrado a su favor y Tiger Bay acaba siendo el mejor disco de la trayectoria del grupo por pura media matemática de la calidad de las canciones que lo integran. No porque Foxbase Alpha o So tough fueran discos desdeñables, sino porque, en su obsesión de convertirse en discos emblemáticos de inicio de carrera y en su vocación manifiestamente british sacrificaban cierto fondo a costa de la forma e incluían, aunque fueran aislados, detalles que distraían de lo meramente sonoro. 

Y Tiger Bay empieza por ahí: muestra contrastes pero estos se deben a la brutal variedad de su contenido: la voz de Sarah Cracknell parece reservada exclusiva para explotar en la faceta más pop del disco (pop de 1994, no de 1968) y apenas aparece en la mitad del disco, cediendo protagonismo a los números instrumentales que, declaración de intenciones, empiezan a marcar terreno abriendo el disco, primeros segundos en que ya se pone de manifiesto la influencia de la colaboración de Rick Smith, de Underworld, que aporta programaciones y es clave en la repentina escalada a lo contemporáneo del sonido del disco. No hay jingles radiofónicos, no hay tendencia retro, sino una ambición de presentar capacidad sonora aunque sea a costa de sacrificar la cohesión del disco, que se resiente, claro, de esa alternancia de sonidos de pura electrónica (con influencias que van desde Kraftwerk hasta el dub) con canciones delicadas y casi bucólicas, no olvidemos que el disco toma prestadas melodías folk (veáse la curiosa portada de tonos kitsch) y que esta combinación puede ser desconcertante para su ejército de fans de los dos primeros discos, aunque lejos de menospreciarlos: los tres singles extraídos así lo manifiestan. Pale Movie, puro eurodisco que parece destinado a Karaokes de Benidorm a las cuatro de la mañana, la euforia casi festivalera de Hug My Soul, o las secuencias rítmicas de tonos eufóricos (ese break!) de Like a Motorway a. Pero los instrumentales pavimentan el disco, lo conglomeran y lo elevan no solo por su eficacia sonora sino por la desmostración de valentía: el trío huía corriendo del estigma (dos nerds + una vocalista atractiva) y se consolidaba como un trío de músicos inquietos y permeables a todo lo (mucho) que pasaba a su alrededor.

domingo, 14 de febrero de 2021

Angelo Badalamenti: Cousins- OST

Año de publicación: 1989
Valoración: muy recomendable

Angelo Badalamenti tendrá siempre su nombre asociado de forma indeleble al de David Lynch: como compositor de la música de muchas de sus películas y, por encima de todos de la música de la icónica e influyente (en grado superlativo) serie Twin Peaks. Siempre, en los trabajos para Lynch, ajustado a ese tono a medias entre lo melódico y lo trágico. Pero sus obras para otros directores no son, desde luego, nada desdeñables y dicen mucho de su maleabilidad como músico y su capacidad de adaptación al soporte visual. Cousins, la película, dirigida por Joel Schumacher (prolífico director con variadas aportaciones a la historia de la época) fue una indescriptible comedia de tonos algo canallas pero elegantes sobre una reunión familiar (la típica que se desenvuelve en los jardines de alguna casa de los estados más pudientes de los USA) que se desarrolla en medio de escarceos amorosos. Fue estrenada con el oportuno pero algo forzado título de Un toque de infidelidad, contaba con Ted Danson (archiconocido por aquella época por Cheers) y Sean Young (ídem por Blade Runner) y era una película amable y un poco memorable, aunque fuera por la banalización carnal y esas cosas. Por cierto, excelente fotografía la de la portada, casi un mapa posicional de la trama y una de esas imágenes icónicas.

Badalamenti firma una de sus obras maestras en un tono cercano al pop, digamos que toma los tonos levemente italianos o afrancesados de algunas partituras de Morricone y los hace suyos aportando música que podríamos llamar "ligera" pero que es un acompañamiento ejemplar. Al  modo clásico, se permite iniciar con un Overture que funciona como un medley de todos los desarrollos melódicos por venir: lirismo contenido y un tono algo frívolo le van como anillo al dedo y ajustan el tono, con títulos para los temas tan acertados como Adulterer`s blues y con coqueteos con baladas hinchadas de cuerdas, delicados temas al piano, fanfarrias desbordantes de vientos, alguna espontánea aportación vocal, en fin, apenas cuarenta minutos de música que materializan su inagotable inspiración y toman vida propia incluso alejadas de sus imágenes, las de una película menor pero más profunda de lo que podía parecer. Badalamenti toma de aquí y de allá, elige instrumentaciones más convencionales que en algunos otros trabajos (aquí no hay atmósferas turbias saturadas de teclados, por ejemplo) pero se encarga de que cada una de las melodías se incruste en nuestra memoria.
Veneremos a este hombre en vida, por favor.

domingo, 7 de febrero de 2021

Scott Walker: The Drift

Año de publicación: 2006
Valoración: muy recomendable

La explicación acerca de la mitología que rodea a Scott Walker no solo radica en su reclusividad, en que se separara de la escena pública en el punto álgido de la popularidad, en que sus primeros cuatro discos en solitario sigan componiendo uno de las series más extraordinarias de la historia de la música.
También se basa en lo que hizo con su carrera, en lo que seguía haciendo en 2006, más de tres décadas tras el inicio de su voluntario confinamiento. Y The Drift es otro ejemplo: un tipo de más de sesenta años haciendo la música que le sale de las narices, de espaldas a cualquier moda y escena, casi de espaldas al público. Música difícil, casi diríamos que alienada, música que toma toda clase de riesgos, empezando por el obvio suicidio comercial, cómo no, música con una carga intelectual casi independiente de que se entiendan sus letras y sus historias, nada despreciables a tenor de lo leído sobre el disco, un disco para cuyo inmediato predecesor, Tilt, había que remontarse once años. La intención de The Drift es clara y directa: no hay melodías reconocibles, no hay ganchos, apenas hay ritmo en estas canciones de calma tensa y dramática, canciones que igual pasan, de un momento a otro, de una tonalidad básica, casi introspectiva, momentos minimalistas que a veces son puras letanías a capella sobre fondos inhóspitos (percusión, rasgueos de guitarra, notas de cuerda sostenidas, orgánicas o sintéticas), que actúan de preámbulo a explosiones sonoras, a muros de sonido, siempre dirigidos por la portentosa garganta del cantante, que pueden incluir no pocos elementos sonoros discordantes. No destacaré canciones (naturalmente, Walker no concedía apenas entrevistas, pues para videos promocionales no iba a estar precisamente) ya que todo el disco es una experiencia para ser, valga la redundancia, ser experimentada en su totalidad, pero aquí hay puñetazos a costillares de vacuno para ser usadas como percusión (Walker define tal efecto como la corriente subterránea de fascismo que recorre la canción), alaridos varios, humanos y animales, frágiles vientos que mutan en fanfarria, cuerdas más deudoras de Bernard Herrmann que de Badalamenti, cajas restregadas para obtener ecos.
Walker ya había dejado atrás sus devaneos con el pop de los 70, sus fascinantes discos de neo-crooner, sus despistes con el country y con el AOR, y con The Drift se lanzó a la piscina de la pura producción sonora, de la experimentación, del golpe en la mesa en defensa de su propia concepción del sonido. un disco difícil, alguno dirá que indigesto, que casi un regodeo en la propia imagen de artista torturado. Pero desde luego, una experiencia única.