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domingo, 9 de enero de 2022

Silk Sonic: An evening with Silk Sonic


Año de publicación:
2021
Valoración: recomendable (pero inocuo)

Si fuera de los que subraya o retiene frases en libros, encontraría alguna en el brillante Retromania de Simon Reynolds que apuntalara ciertos planteamientos. Sin acritud, sin ser corrosivo y manteniendo que evocación o recreación no son sinónimos de nostalgia. 
Pero no es así; Silk Sonic, acertado nombre, es un proyecto a medias entre Anderson.Paak (al que no he prestado demasiada atención entre todo el océano a medias entre el hip-hop y el r'n'b que Pitchfork lleva años obsesionado en promocionar) y Bruno Mars (imposible no prestar atención a ese omnipresente émulo de Jamiroquai supurante de una algo saturadora energía positiva).
Es un proyecto que no se conforma con la fidelidad sonora, sino que apela, de forma muy eficaz, a la estética. Los sonidos negros de los 70, los trajes blaxploitation, las coreografías, los planos divididos en pantalla en los videos promocionales, se convierten en un complemento de lo sonoro, todo tan preciso y perfecto que me provoca cierta incomodidad. Hace una semana hablé aquí de Fiona Apple, una artista sin miedo a incluir en sus canciones elementos disonantes, incluso abiertamente agresivos o poco amigables con el oyente potencial. Porque es su manera de expresarse. Pero aquí esto no tiene cabida. No sé quién es más influyente en el proyecto, pero parece que Mars, obviamente más popular y aspirante (Marc Peig ya lo apuntaba aquí - spoiler: ha de comer muchas sopas) al inhóspito trono de King of Pop, ha conseguido anestesiar cualquier conato de rebeldía: esto es soul, o funk, o r'n'b, de sedosa (...) producción, de impecable ejecución, que parece no haber reparado en medios ni en artificios promocionales, que ha cuidado hasta el último detalle para alcanzar a todo oyente potencial, olvidando que, a determinados niveles, el órgano al que alcanzar no es ni corazón ni estómago sino hígado. Y eso le falta a este proyecto. Todo es premeditado, desde la compensación de baladas almibaradas con pequeños guiños callejeros, que estamos en 2021  2022, hasta la inclusión de números funkies al uso, con la intervención de estrellas del ayer (Bootsie Collins) y el hoy (Thundercat) ese balance que parece ignorar lo rápido que el mainstream lo absorbe todo con avidez. No diré que aquí haya malas canciones ni plagios: está claro que esto es un homenaje a los Delfonics, a Stevie Wonder, a Isaac Hayes, Mayfield, Gaye, la interminable retahíla de artistas y sonidos (Philly) presentes en el imaginario común desde hace, ya, más de medio siglo. Que el homenaje es respetuoso, tanto que la innovación en tonalidades, en sonidos, en armonías, ha sido desestimada como un punto más a cumplir en la rendición de reverencias. Tanto, que el disco me parece tan brillante y agradable y sencillo en la escucha - apenas 31 minutos, sin devaneos instrumentales -  como inocuo.

domingo, 10 de octubre de 2021

The Meters: Look-Ka Py Py

Año de publicación: 1970

Valoración: bastante recomendable

A veces uno tiene que fijarse en lo que rodea a un disco para pronunciarse sobre él, especialmente al tiempo y contexto de su publicación. En el caso de The Meters la cuestión se resumiría en tres datos: 1970, New Orleans, los Neville.

Eso hace un disco como Look-Ka Py Py una experiencia extraña. Cuatro músicos de color abordando instrumentales de funk con la más absoluta desinhibición. Y lo de funk quizás no sea del todo cierto. Porque en muchos casos la adscripción al género podría quedar en entredicho. De hecho, algunos tracks estarían más cerca de Eumir Deodato que de George Clinton. Pero la fecha: esa época en que el pop o el rock instrumental parecía estar en extrañas bandas pre-psicodélicas como los Shadows, con más pinta de músicos de estudio entregados a las pruebas que de otra cosa. Pero The Meters grabaron este disco según cánones precarios. Producción espartana pero limpia  y uso radical y salvaje del estéreo. Sección rítmica casi siempre a la derecha: órgano y batería casi siempre a la izquierda. Canales que no ensucian al otro en lo más mínimo: escuchar el disco con auriculares y probar la audición por un solo lado desnuda las canciones de forma absoluta y seguramente simplifica su masiva incorporación, décadas después, para todo tipo de bases de los estilos por venir: funk, hip-hop, trip-hop. Ahí empieza a valorarse esas canciones, apenas retazos de ritmos entusiastas y melodías indefinidas, eso, señores, es el funk primigenio, por su capacidad evocadora y directa al estómago. Tampoco hay que olvidar al jazz o al be bop como percutores. 

Y así es como The Meters se convierte en una banda de culto y en una referencia importante, al margen de que esa música suena hoy añeja y casi ingenua, desde su pura falta de pretensiones (la portada parece un estereotipo) hasta su propio planteamiento: canciones de apenas tres minutos con títulos que parecen otorgados con efectos puramente diferenciadores. Rindámosles el respeto que merecen, por ser unos auténticos pioneros.

domingo, 4 de agosto de 2019

Jamiroquai: A funk odyssey


Año de publicación: 2001

Valoración: muy recomendable

Si yo fuera Jason Kay.:

a) no sé si me gastaría tanto dinero en cochazos pues esto de la música ya sabemos cómo va. Que sale un señor y se inventa un sistema para que la gente pueda escuchar tu música cuando quiera y tu no veas un penique y se acaba el chollo. Y los Ferrari son de mantenimiento caro. A mí me vas a decir.

b) la rabia que le tendría a Bruno Mars. Que sí, que tiene alguna que otra canción resultona, aunque resulte que la más conocida ni siquiera es suya, pero que parece haberse inspirado en tu experiencia para lanzar su carrera y ahora, como se dice, te ha comido ya la tostada y es oficialmente, el músico bajito con cara de ser buen chico que hace bailar a todo el mundo con canciones agradables y marchosas que no ofenden a nadie.

Tú, Jason, eres otra cosa. Para empezar, tu grupo, Jamiroquai (he de decir que tus compañeros en la banda están realmente relegados a un segundo plano), surgió en los primeros 90 y resulta, vaya, que tus primeros pasos tuvieron que ver con ese movimiento de corto recorrido llamado Acid Jazz. Vamos: no sé si muchos aquí oyen cada día a Galliano, Incognito o los Brand New Heavies. Pero ahí estuviste en medio de esa maraña inexplicable de grupos que parecían un cruce entre la filosofía del acid house y, muy en el otro extremo, los aleteos instrumentales y de pretendida negrura de cosas tan dispares como The Style Council o Simply Red. En cualquier caso, tú te enfundaste uno de esos extraños sombreros (el de los cuernos, al principio), y dijiste, empaqueto coartada ecologista (tu primer disco se llamaba Emergency on planet Earth), me pego unas cuantas semanas inmerso en la técnica vocal del Stevie Wonder la época dorada, escojo algún músico con una mínima experiencia en el ámbito bailable y ya estamos.
Y le llamo a mi quinto disco A funk odissey

Entonces, claro, ya eres una estrella. De recorrido algo irregular, pero con su personalidad. Te has puesto en la portada de un disco en el sitio del cavallino rampante. Te has rodeado, aunque sea para los vídeos, de una corte de top models, coches de marca, curvas en las costas de Malibú, bolas de espejo, luces de neón, ropa cara, qué aire tan pre-crisis-de-la-gorda desprenden tus vídeos para este disco, qué sol y qué lubricidad y qué tormenta perfecta de hedonismo. Tanto que A funk odyssey es un disco que parece que tenga una sola cara. Cuatro bombazos inapelables precedidos por un primer tema algo abigarrado, pero el póker está ahí: majestuosa Little L desde el primer segundo, con esa producción milimétrica, ese aire philly aportado por las cuerdas, esas entradas burbujeantes del sintetizador. Perfección funk inapelable, mezcla de elegancia y callejeo hi-class, que estamos en 2001 y hay dinero para todo. Para lujo, para drogas caras, para meter gasolina para llegar donde haga falta. Jamiroquai ha dado el salto de una portada espartana en el primer disco a una especie de nihilismo de club de alto copete. Pero la música es arrasadora: Corner of the Earth juguetea a la vez con una guitarra bossa-nova, un estribillo quizás demasiado evocador del de Pastime paradise, otra vez las cuerdas, y ya completamos con Love Foolosophy y You Give Me Something, con ese atractivo fundido inicial en que la canción parece empezada. Mucha tralla en la primera parte del disco que lógicamente hace oscurecer la hipotética segunda cara, con canciones más largas y menos inmediatas, quizás un adelanto de la cultura de consumo musical que se acercaba, la de lo rápido y fugaz. A pesar de ese bajón, Jamiroquai consiguen con A funk odyssey el clásico disco que hace mover pies y destila una energía que es difícil definir.


domingo, 28 de abril de 2019

Talking Heads: Remain in Light

Año de publicación: 1980
Valoración: imprescindible

Dice la historia, y no voy a contradecirla, que el germen de Remain in light ya está en I zimbra, nervioso inicio del álbum anterior del grupo, con sus convulsiones y su lenguaje inventado pretendidamente africanoide, y en el experimento que Brian Eno, productor de la banda y David Byrne, líder, habían organizado en ese protodisco de la World Music llamado Life in the bush of ghosts.
Benditos sean esos orígenes, en cualquier caso, si hacen que este disco sea la joya incontestable que resulta ser, un auténtico patadón hacia adelante en el ámbito de la música, sea popular, contemporánea, rock, experimental, y una referencia de la que beben tantos y tantos artistas, porque a ver quién va a negar la influencia de estos sonidos en Franz Ferdinand, en Vampire Weekend, en The Knife, en LCD Soundsystem,  en tantos de esos grupos que han experimentando blanqueando el funk, poniendo algo de influencia tribal, usando coros en tonos casi paganamente ceremoniales.
Poco importa que luego David Byrne se nos despistara un poco y se pasara de frenada en lo de visitar el mundo a la búsqueda de gemas escondidas (y en medio de todo ello se cargara a la banda en uno de esos finales sin final del cual me gustaría conocer los detalles).
Y este es el disco definitivo de la banda que tomaría un camino más exitoso, más comercial quizás, a partir de ahí, como una inflexión a la que repercusión y presión industrial obligarían, o el enorme impacto de Stop making sense, documental y directo descollantes, vuelta de tuerca en algo que pareció virar, y la MTV tendría que ver lo suyo, en una especie de autoparodia.
Por eso la virtud principal de Remain in light es su pureza conceptual. Excepto la celebérrima Once in a lifetime, todas las canciones del disco se elevaron a la categoría de clásico exclusivamente por sus virtudes innovadoras. desde el bajo neumático de Born Under Punches (The Heat Goes On) hasta la alegoría mística  con regusto ecologista Listening Wind, el reverso de la acelerada Cities de Fear of music,  el álbum es un portentoso y cohesionado catálogo que, cuatro décadas más tarde, aún resulta arriesgado, osado, como si entonces la banda hubiera decidido enterrar definitivamente el concepto de new-wave, el concepto de art-rock. como si abandonara simbólicamente la estética de camisa de cuadros y se decidiera por cualquier otra cosa, quizás las enormes chaquetas que Byrne lucía en los conciertos, quizás la guayabera que a más de uno se le indigestó.
Claro que en esta aventura las colaboraciones pesaron lo suyo: la banda se apoyó en la producción de Brian Eno (quizás algún día haya justicia para el papel de Brian Eno en la música de las últimas décadas), y, debido a la densidad sonora de la música concebida, se optó por la incorporación de reputados colaboradores como Adrian Belew (King Crimson ) o el trompetista Jon Hassell.
El resultado luce: una música compleja, hipnótica, con una pulsación a la vez atractiva e incómoda, una sensación que muchos músicos han intentado recrear desde entonces. Este es el original.

domingo, 24 de junio de 2018

Bruno Mars: 24K Magic (Álbum + Crónica del concierto en BCN del 20-06-18)

Año de publicación: 2016
Valoración: recomendable

Se ha hablado mucho en los últimos tiempos de Bruno Mars. Hay quien le sitúa en la línea musical de Stevie Wonder, hay quienes lo colocan como el sucesor de Prince, hay incluso quienes lo comparan con Michael Jackson (por favor, un respecto al rey del pop..., que ya somos mayorcitos para dejarnos encandilar por el primero que presenta ciertas tablas...). En cualquier caso, es indudable que estamos delante de un gran artista, aunque habrá que ver si la prometedora carrera musical que inició hace únicamente tres discos sigue evolucionando o se estanca. De momento, nada parece que limite su ascenso, sino al contrario.

Venía Bruno Mars de un primer disco («Doo-Wops & Hooligans») marcado especialmente por canciones pegadizas, marcadamente comerciales, baladas a ritmo medio, buscando un mercado claramente amplio. Su segundo álbum («Unorthodox Jukebox») ya iba más encaminado a melodías más cercanas a la música disco, con acompañamientos electrónicos, sintetizadores, aunque sin dejar de lado las baladas. Diríamos que un disco más maduro, aunque probablemente inferior en calidad al primero. Y llegó «24K Magic», con un Bruno Mars plenamente situado entre las estrellas del escenario musical mundial. Un ascenso meteórico, basado principalmente en su capacidad escenográfica y, claro está, su talento.

Entre todas las piezas del álbum, destacaría principalmente «24K Magic» que da entrada al álbum, empezando con una serie de coros modulados electrónicamente, que dan paso a una composición musical perfecta, potente, equilibradamente editada. Sonido limpio, pocos instrumentos, los justos para que la batería y el bajo pegue con fuerza, al ritmo de la voz de Bruno Mars y los sintetizadores que marcan la melodía de la canción. Rapeando durante gran parte de la canción, la potencia de la misma viene del estribillo, que nos devuelve a esa música sintetizada de los años 80, música disco a pleno rendimiento. A «24K Magic» le sigue «Chunky», canción con un ritmo a medio tempo, entonación, ritmo y calidez que recuerda mucho a Craig David, con esas pausas intencionadas que dan paso a casi susurros. Canción íntima, sensual, perfectamente acompañada por coros femeninos que acompañan el estribillo, alternando la parte vocal con la del propio Bruno.

Parte central del disco con melodías más suaves, más a ritmo lento, música más íntima, que en ocasiones puede recordar a las TLC en «That's what I like» o incluso, sí, va, lo reconozco, a Michael Jackson en «Versace on the floor». Porque no nos engañemos, esta es la gran canción del disco, es el gran homenaje de Bruno Mars al «Rey del Pop", una canción que en su tramo inicial bien podría ubicarse dentro de las grandes baladas del artista, con una voz limpia y casi tímida, suplicante, íntima y tristes. Pero no solo eso, también en su puente, con una voz algo forzada, que nos trae directamente recuerdos del gran Stevie Wonder.

Siguen tres canciones que pasan sin pena ni gloria, para acabar el álbum con «Too good to say goodbye», una buena balada final para cerrar el disco, con la voz de Bruno Mars acompañada de una batería suave, lejana, y, en ocasiones, un piano casi en solitario que permite que la voz de Bruno se sitúe en primer plano, cogiendo el protagonismo de la canción y que deja paso a un estribillo de coros que nos devuelve a los años sesenta y setenta de The supremes y la música negra coral.

Así, con este álbum, Bruno Mars hace un recorrido por la música pop y disco que le han marcado en su infancia, y nos recupera la sensación es de aquella música que fue, en gran parte la precursora de mucha de la música negra actual. 

Y claro, para poder valorar plenamente al artista, ¿qué mejor que verlo en directo? ¡Allá vamos!

Escenario: Estadi Olímpic Lluís Companys, Barcelona. 20 de junio de 2018. Hora de inicio 22h.


Bueno, decir hora de inicio 22h es algo aproximado, pues lamentablemente el concierto empieza con treinta minutos de retraso, unos treinta minutos que el público aguantó bien al principio, con DJ Rashida como telonera, pinchando música hip-hop y funk, amenizando la velada, pero que, al llegar a la media hora, el baile de la gente se convirtió en fuertes silbidos y abucheos. No empezaba muy bien el concierto, y parecía un presagio de lo que vendría después.

Y finalmente apareció Bruno Mars y, hay que reconocerlo, arrancó cómo se esperaba: música a todo volumen, efectos pirotécnicos que sorprendieron al público combinados con la música y una coreografía bien ejecutada, y efectos lumínicos que preparaban el escenario perfecto para el lucimiento del artista. Parte inicial del concierto donde el artista se movía a su gusto, con canciones que imprimían el ritmo que las almas que inundaban la pista reclamaban, con canciones como «Treasure» (con sus marcados ritmos funk), «24K Magic», «Chunky». Todo funcionaba a la perfección: inicio trepidante, Bruno Mars marcándose sus primeros pasos de baile, sonido bien equilibrado, músicos haciendo la coreografía, todo iba según lo esperado, llegando al momento álgido con «Versace on the floor» (con un público muy entregado) a la que le sigue una lograda «Marry you». 

Pero aquí aparecen los primeros síntomas de agotamiento de la fórmula: coreografía cada vez más ausente, los efectos pirotécnicos que ya no sorprendían, y Bruno que arranca con un «When I was your man» que empieza bien, pero que el alto volumen del teclado tapa su voz y estropea una muy buena canción, pues el piano se sobrepone a la voz del cantante y con ello eclipsa una estela que brillaba fuertemente hasta el momento. Y en lugar de corregir la situación, otro episodio que lastra más la actuación: Bruno presenta a los músicos, dejándoles espacio para los solos, y el teclista se anima a realizar uno de los solos de teclado más largos, interminables, caóticos y mal ejecutados que uno recuerda. Y claro, también hay un turno para el saxo, en este caso mucho más corto, pero totalmente insulso (y ya es difícil no emocionar con un saxo, y más si uno piensa en como lo toca Clemons de la e-street band, y no hablamos de Clarence, que ya era algo estelar, sino incluso de su sobrino Jake).

A partir de aquí, reaparece Bruno Mars para terminar con un trio de canciones que sirvieron para levantar otra vez el ánimo, pues hablamos de «Locked out of heaven» (con su entrada al estilo de The Police), «Love the way you are» (donde Bruno no encontró la octava de la canción hasta la segunda estrofa) y finalmente, sí, la gran «Uptown Funk» de Mark Ronson, la que probablemente es la mejor canción de la discografía de Bruno Mars, aunque esta vez sin apenas coreografía en el concierto. A pesar de eso, ahí sí, el público totalmente entregado, el colofón que les dejaría con un buen regusto final de concierto. Y poco más, no hubo más vises, no hubo más extras, no hubo más gestos.

En resumidas cuentas, el concierto se quedó en poco más que eso: parece como si la hora y media justita (sí, solo hora y media) de concierto, se le hiciera larga al artista, pues el concierto fue claramente de más a menos, solo salvado por un final donde el público recobró la conexión con el artista y vibró de nuevo al ritmo de su música y su baile. Parece como si el cambio de vestuario que el músico hizo hacia el tramo final (durante los solos de teclado y saxo) le hubieran dado una dosis de fuerza para acabar el concierto con un buen regusto. Y el resultado final es correcto, aunque no podemos olvidar las lagunas existentes y sería bueno que las corrigiera si quiere seguir atrayendo a los conciertos a aquellos fans que ya no se dejarán sorprender con lo mismo. Porque pasada la euforia del momento, y horas después de terminar, el concierto acaba dejando una sensación bastante fría, con un Bruno Mars que parecía no tener muchas ganas de buscar complicidades con el público (a excepción de momento en castellano en la canción «Calling all my lovelies» que resultaron forzadas y hasta incluso vergonzantes). 

Esperábamos mucho del show de Bruno Mars, y más aun teniendo en la retina grabada su actuación estelar en la Superbowl (según parece, la más reproducida en Youtube, que no es poco). Era difícil llegar a ese nivel, al menos de forma sostenida. Hubo algunas lagunas evidentes y motivos por los cuales no lo consiguió: falta de conexión, falta de sorpresas, voz y sonido con algunos fallos evidentes y falta de coreografía, pues en muchas ocasiones el cantante se quedaba solo en los bailes (sus acompañantes eran los músicos, y claro, es difícil hacer dos cosas a la vez y hacerlo con nivel alto). Faltaba impacto escénico y más recursos, no únicamente musicales sino como espectáculo; no ayudaba el escenario, plano, y sin pasarelas para acercarse a un público que lo hubiera agradecidoParece que los fuegos pirotécnicos iniciales fueron el prólogo de lo que vendría, una metáfora de un gran impacto al inicio, pero sin dejar poso. El concierto sorprendió más por los efectos que por la música, y el espectáculo, cuando se está al nivel al que se le supone al músico, no puede fallar en su parte principal: la música. Y es que centrar todo el espectáculo en torno a la figura de Bruno Mars puede lastrar mucho la actuación si no se acompaña de una buena coreografía, y creo que eso es, temas de sonido aparte, lo que el público más echó de menos.

Así, uno termina el concierto y, a pesar de haber disfrutado por momentos, se va del estadio pensando: «¿y se supone que Bruno Mars debe ser el nuevo rey del espectáculo?» Porque si esta es la intención y si se trata de hacer un buen show en solitario, mejor que hable con Robbie Williams que le contará cómo hacerlo.