domingo, 26 de abril de 2020

Prefab Sprout: Jordan: The Comeback


Año de publicación:  1990

Valoración: muy recomendable

Como para demostrar el espíritu anacoreta y reclusivo de Paddy Mc Aloon, la portada de Jordan: The Comeback no muestra imagen alguna de los componentes de la banda, a diferencia de las de sus dos aclamados discos anteriores. El propio título del disco parece insinuar que se trata de un disco de ruptura. El número de canciones, diecinueve, la existencia de transiciones entre algunas de ellas, todo apunta a una diferencia de contexto en una banda que parece estar siempre en un mapa mental alternativo. 
Jordan: The Comeback es un reflejo de esa situación a la vez que otro síntoma de lo que podríamos llamar evolución discontinua de la banda. From Langley Park to Memphis había sido su disco americano, con una mezcla de rock extraño y canciones propias de musical de Broadway, y este se disparaba hacia diversos escenarios, curiosamente en un ejercicio que acusa cierta pérdida de cohesión: nada hay aquí que evoque los aires frescos y húmedos de Steve Mc Queen y es indudable que diecinueve canciones dan, en una banda así, para muchas perlas, aunque el disco se inicie con lo más asimilable a una baza comercial (la algo sosa Looking for Atlantis), inmediatamente se embarca en lo que se podría denominar una secuencia de canciones sin aparente hilo argumental, donde literalmente cabe de todo, desde simas inexplicables hasta picos de atractivo igualmente inexplicable. Carnival 2000 es un ejemplo: quizás una de las peores canciones que había grabado la banda, pero sus veinticinco segundos iniciales siguen pareciendo una excelente canción de tonos otoñales. Machine Gun Ibiza parece efectuar un guiño a bandas tan dispares como Cameo o The Beloved, con su ritmo asimilable al funk  y su letra surrealista, que parece una renuncia expresa al aparato frívolo que rodea ciertos estilos musicales. Pero si el disco salva ciertos escollos es por la acumulación de canciones menores en apariencia que surgen de entre la selva: We Let the Stars Go es una de esas melodías clásicas de la banda, ecos, voz casi suspirada, arreglos sencillos pero atractivos, tono intimo. La segunda parte del disco nos reserva sorpresas: en The Ice Maiden la voz de Mc Aloon suena poderosa, resuelta, casi intimidadora dentro de su elegante contención, incluso cuando ejecuta esa frase emblemática: la muerte es un pequeño precio por el paraíso. Posiblemente sea una de las numerosas mejores canciones no conocidas de la banda. The Wedding March recupera aires más cercanos y esa ironía y segundos sentidos que embadurnan la canción parecen ser casi exclusivos, como ya se nos ha revelado en  All the World Loves Lovers, otra de esas piezas delicadas, sedosas, una de esas canciones perfectas de principio a fin, de esas que te harán preguntar por qué no habitamos uno de esos mundos utópicos y perfectos donde música como esta obtiene el éxito que se merece.

domingo, 19 de abril de 2020

Electribe 101: Electribal memories


Año de publicación: 1990

Valoración: muy recomendable

Si en ciertos niveles se habla de one hit wonders para ciertos artistas de fugaz aparición en primera línea de la popularidad (aunque sea justo al contrario: excelentes artistas de oscuras carreras que alguna vez la abordan casi contra su voluntad), para explicar lo de Electribe 101 el término casi habría de ser nuevo. Porque, y ya han pasado 30 años, el grupo se reunió, publicó un disco excelente lleno de clásicos underground, y se volatilizó, entrando todos sus miembros en proyectos posteriores que tuvieron desde luego muy escasa repercusión. Billie Ray Martin, vocalista, probó suerte en una carrera solitaria basada en música oscura y algo teñida de esoterismo (versionó a Throbbing Gristle, aunque acabó probando suerte con algo parecido a disco pop casi bailable), y el soporte instrumental se recicló en bandas como Groove Corporation, ya casi centradas en la corriente ambient-dub.
Nada tiene que hacernos olvidar que Electribal Memories único LP, es un disco adelantado a su tiempo y que aún hoy suena potente y actual. Se trata de incorporar las ardientes influencias del house y la electrónica de la época, bajar los beats, inflar los bajos hasta el alcance de los altavoces, importar el esquema pop adaptando la estructura y los tonos a la poderosa voz de la cantante, aportar no pocas influencias del sonido dub: ecos, vacío, elusión de la saturación en rangos auditivos, conformar algo que era a la vez excitante y relajante, pero con un trasfondo turbio, tan indescriptible como la pura imagen de la portada, una escultura (o una modelo untada de barro multicolor), ataviada con algo que tan pronto puede parecer bisutería post-moderna como cadenas reales o algún tipo de accesorio tribal.
El disco dispone de nueve canciones pero ediciones posteriores han añadido a su formato algunas de las excelentes remezclas y tomas adicionales que la corta carrera de la banda dio para aportar. Canciones largas, promedio por encima de los seis minutos, un sonido personal e uniforme que hay que escuchar para comprender; artistas como Madonna o incluso Lady Gaga beben tres décadas más tarde de esa fuente aún sin saberlo, y ciertos recopilatorios de chill out ahondaron en su despiste incorporando algunas de ellas por el simple hecho de ser música fascinante adaptable a muchas situaciones. Se permitieron incluso adaptar un clásico menor del funk disco, Inside Out, adaptación que resulta sorprendente, la voz de Martin ap.lasta el falsetto del original y lleva la canción al terreno del disco. El material propio no palidece: Talking With Myself nos despeja algo el misterio de las cadenas, y con su préstamo de misión imposible nos muestra a aquello que parece una dominatrix que ha tomado el micrófono en una especie de actualización de Propaganda.Tell Me When The Fever Ended da para mayor lucimiento vocal, pero ese es el único exceso: el colchón instrumental sigue ahí con los tres tipos abocados en sus teclados (cuestión meramente práctica, pero obvia influencia de Kraftwerk) y Martin desbocada haciendo alarde, y el disco, al que quizás puede achacarse cierta uniformidad, es un catálogo de sonido profundo, meditado, influyente, desde luego, mucho más de lo que uno esperaría de una banda de tan breve recorrido.

domingo, 12 de abril de 2020

The Alan Parsons Project: Tales of Mystery and Imagination

Año de publicación: 1976
Valoración: recomendable técnico

Cómo no recomendar un disco así: ejecutado por excelentes músicos de estudio, composiciones correctas, sonido excelente, grabación impecable adelantada a muchos recursos técnicos posteriores, coartada que engarza con lo literario en el concepto del álbum, alternancia de registros suaves y algo más agresivos. 

Ahora bien, si ahondamos y nos situamos en contexto, tal como mencionamos hace unas semanas al reseñar el clásico de Pink Floyd, Alan Parsons, aún no cumplidos los treinta, venía de ser reputado ingeniero de sonido y, veáse si no el hecho de llamarse al grupo el proyecto de Alan Parsons, en algún punto decidió dar un paso adelante y, siendo consciente  y conocedor de los pasos a dar, rodearse de los medios (músicos, estudios de grabación, vocalistas) necesarios para emprender una aventura que le duró lo suyo. Iniciada con este disco dedicado a la obra de Edgar  Allan Poe, al que seguirían en el futuro discos dedicados a Asimov, a las pirámides, a Gaudi, en una obra que se fue escorando más y más a un pastiche AOR que, curiosamente y de forma muy breve, Daft Punk evoco en ciertos momentos de su ya lejano último disco.

Evidentemente tal ecuación no tenía resquicio alguno en medio de la espiral del rock sinfónico o progresivo, o como queráis llamarle, su aparatoso despliegue sonoro (ejemplificada en The fall of the house Usher) causó enorme impacto en un escenario aún convaleciente de La Gran Herida de la música pop  (la separación de los Beatles), Alan Parsons también había participado en la grabación de Abbey Road y todo ese cúmulo arrastraba a la música a una especie de necesidad de evolución que había roto con la idea primigenia del rock como movimiento de contestación y rebeldía. Hay que culpar a los músicos que vestía con sari, a la guitarras de doble mástil y a la eclosión del LSD como apoyo constante del proceso creativo. A lo mejor.

Y este disco es solo un ejemplo más de esa decadencia, irreproducible en directo por obvios motivos, diseñado hasta la saciedad, con cada nota en su sitio, con cada vocalista adaptado a las necesidades del tema a interpretar. Música precisa que da lo que de ella se espera. La víscera, la rabia, ya al año siguiente.


domingo, 5 de abril de 2020

Tyler, The Creator: Flowerboy


Año de publicación: 2016

Valoración: muy recomendable alto

Si uno fuera un obseso de los detalles ocultos en el packaging de un disco (de una obra) diría que la portada de Flowerboy se nutre de referencias pictóricas: a Dalí, a Van Gogh, quizás Oriol Vigil sea capaz de atribuir alguna otra influencia a ese colorido ligeramente psicodélico. En cualquier caso, salvo por la imagen del músico, su cara oculta por una de esas abejas, Tyler se aleja de estereotipos de género y revela sus intenciones: esperad cualquier cosa. Pulverizad cualquier preconcepción. Y eso es lo que hay que hacer antes discos así, y he de reconocer que, como en algún otro caso, no llego a la obra del músico californiano (por favor, dejemos ya de llamarlos raperos, es injusto e incluso racista) porque la esté siguiendo conforme se produce, sino del futuro, del enorme placer que me ha procurado una obra extraordinaria como Igor  y de la indagación a que ello me ha abocado, empezando por este Flowerboy, su inmediato precedente. 
Un disco diferente, también un obvio paso de evolución por lo que se aprecia, pero desde luego otro disco magnífico, quizás un poco más descompensado en su parte final, pero desde luego un perfecto ejemplo de cómo un músico evoluciona, busca y encuentra. Porque aquí no encontraremos la coherencia marciana del tracklist que traza una historia, pero desde luego las maravillas no tardan en aflorar. Inicio ejemplar: Foreword arranca con la simpleza de una caja de ritmos por debajo de los 100 bpm y pronto el fraseo característico y perezoso (ese alargue de swimming) de Tyler, combinado con voces invitadas que aporta una extraña emoción hasta que unas cuerdas celestialmente saturadas se apoderan de la canción, que acaba con un solo de sintetizador con la distorsión justa. Solo hemos hecho que empezar y la trayectoria del disco ya ha quedado definida por la sorpresa constante y la falta de barreras. Nos espera, ahora sí algún tema con aroma a rap clásico, si así puede denominarse la mezcla entre pizzicatos de cuerdas y fraseo agresivo en Who Dat Boy, los devaneos de pop-naif en See you again y Boredom, que con sus dulces melodías casi piden a gritos una intervención de estrellas como Ariana Grande, el coqueteo con el free jazz que va y vuelve a lo largo de todo el disco, en el  que tan pronto pueden asaltar los tracks secciones de viento que evocan a Broadway como, lo juro, aires de pasodoble. Y claro, Pothole o Garden Shed, esos inclasificables temas que acaparan la parte central del disco, le dan sentido, profundidad, grandeza, y confirman que discos como éste y músicos como Tyler The Creator ( o Frank Ocean, con quien comparte orígenes en Odd Future) son, por encima de géneros y etiquetas, el auténtico futuro de la música.