domingo, 25 de abril de 2021

Weyes Blood: Front row seat to Earth

Año de publicación: 2016

Valoración: muy recomendable

Disco que precede al magnífico Titanic Rising, con el que podría guardar algún parentesco estético (esos tonos azules que acaparan la portada), y un obvio vínculo sonoro. Todos los elementos existen ya aquí y la evolución sonora es todo menos un salto al vacío, simplemente el material de su sucesor es  más autoconsciente y en este Front row seat to Earth las canciones suenan más íntimas, igual de poderosas sobre todo a medida que se suceden las escuchas, pero, voilà, resulta que me suena hasta un disco más cohesionado, con un material que no acusa tanto la diferencia entre canciones, lo cual significa que aquí no hay nada tan inmediato y fascinante como Andromeda, pero que nos enfrentamos a la satisfactoria experiencia de la alternancia entre canciones favoritas según el momento o incluso el orden de escucha. 

Un disco que suena muy personal: se abre con una canción que se llama Diary y ese título ya es una declaración de principios: son nueve canciones largas (excepto la última, una especie de bis instrumental de dos minutos) baladas o midtempos, con la voz de Natalie Mering, grave, poderosa, con matices, en primer plano pero dejando espacio a los instrumentos, que son los clásicos del género: piano, guitarras acústicas, sección rítmica discreta pero eficaz, con esporádicas pero efectivas salidas de la tonalidad. Ahí nos damos cuenta de que el pasado musical de Mering, asociado a la escena indie desde luego mucho más agitada y relajada que las aguas calmas de estas canciones, pesa.. Por eso no desentonan las arpas, las cuerdas, los rasgueos de guitarra ligeramente distorsionada, ligeramente psicodélica, y en algún momento esos devaneos me recuerdan a Seventh Tree, incomprendido disco de Goldfrapp. Aunque las referencias sigan ahí, que si Karen Carpenter, que si Joni Mitchell, que si kd Lang, la toma del género, llamémosle que indie-folk o lo que sea, es arriesgada, es novedosa. Mantiene sus señas de identidad pero aporta alguna especie de inquietud argumental (una reseña muy acertada mencionaba las bandas sonoras de Badalamenti para Lynch) que mantiene a raya los terribles fantasmas del soft-rock o el AOR. Personalidad a raudales, incluso, véanse los videos, cierto sentido algo freak que rompe, y eso le beneficia, el tono solemne que destila el sonido. Seven Words, con su bajo a la Gainsbourg, o  Used To Be podrían considerarse canciones excesivamente canónicas, con sus arrancadas de piano, sus teclados de fondo, su exactitud vocal, pero esa veladura indefinible que las caracteriza, también a  Do You Need My Love o a la emblemática Be Free, y ya llevamos más de medio álbum mencionado, nos advierte con claridad: una artista con la magnífica proyección que su siguiente disco confirmó.

domingo, 18 de abril de 2021

Bertrand Burgalat: The Genius Of

Año de publicación: 2000

Valoración: muy recomendable

En un mundo perfecto, artistas de la coherencia de Bertrand Burgalat disfrutarían de vidas acomodadas (sin pasarse, quiero decir, con cierto desahogo) solamente por las aportaciones que, en sus lejanas épocas doradas, hicieron a la disciplina artística que ejercieran. La de Burgalat es, obviamente, la música, y sus méritos fueron atesorados, aunque mantiene una cierta actividad, en base a sus brillantes remezclas de material ajeno, sus producciones para otros artistas e incluso su propio material. Ojo: no hablo del salvaje adaptador que pudo ser Aphex Twin (que se vanagloriaba de no haber usado, en alguna ocasión, ni un segundo del material original), sino de una aportación matizada, discreta, elegante, una especie de veladura de sonido que simplemente, aportaba un extra-goce. Indescriptible, tenue, su trabajo resulta casi más brillante cuanto más anónimo es el material original, cosa que puede acusarse en esta recopilación de sus trabajos (que incluye algún tema propio) atacando material de artistas tan heterogéneos como Nick Cave, Renegade Soundwave o Air. 

Quizás lo último quepa achacarlo a esa ligera endogamia fruto de la explosión del french touch. Curioso que Sexy Boy, el archiconocido tema de Air, no salga muy bien parado. Por el contrario, prácticamente todo lo demás es material glorioso. y cuanto más desconocido el artista más nos resulta gratificante que Burgalat nos lo presente y adapte su sonido a esas adaptaciones que beben del lounge, de cierta aura psicodélica combinada con pop-art (véase la preciosa portada, que uno incorporaría como diseño de cortinas o baldosas de mil amores), con unas gotas kitsch que la propia imagen de Burgalat contribuía a potenciar: peinado demodé, chaquetas de solapa ancha, camisas de cuellos discutibles, gafas de concha con monturas vintage, detrás de ese aspecto algo grotesco, Burgalat, al frente de Tricatel, sello de esos de incierto futuro, aportaba a esas canciones aires cool justo al borde de lo frívolo, pero no: es capaz de lo épico aportando cuerdas tensas en Juillet 66 y aportarles el toque exótico de las flautas, dejándolo más cerca de Jacques Brel que de Etiènne Daho, se pone las botas de bajo nervioso en Sugar, esta vez combinándolo con una guitarra igualmente épica y un crescendo vocal muy notable, o desenterrar el lo-fi de los hits de Ladytron, pero no le hace ascos a chocantes compañeros de viaje, como Michel Houellebecq o Nick Cave, grupos extraños que suenan a Air o Zero7 como Moderato, compañeros de sello o su propio material, una irónica toma en Quarapicho, aquí introduciendo algo que puede parecer una armónica, o la exquisitez lounge de  Partir Revenir. Una exquisitez que hoy suena tan deliciosa como ligeramente anacrónica.

domingo, 11 de abril de 2021

Duran Duran: Duran Duran

Año de publicación: 1981

Valoración: muy recomendable

Hoy este blog retrocede a la denostada (merecidamente o no, opinemos) década de los 80 y desempolva el álbum de debut de una de las bandas más controvertidas de la época, quizás más por su trayectoria posterior que en sí por los méritos de este disco (que son cuantiosos), puesto que Duran Duran, o su estratosférico triunfo y celebridad posterior vinieron a abrir más de un debate. Por una parte, la indiscutible fuerza de su imagen (deudora del glam y a la sazón precursora de ciertas pestilentes corrientes asociadas a las boy-bands - injusto porque los Duran Duran eran realmente músicos) y por otra esa premisa snob de que comercialidad y calidad recorren caminos diferentes. La pléyade de grupos superpopulares en la escena pop en esa época parece una invitación a alimentar la polémica (hablemos de Culture Club o de Depeche Mode o Spandau Ballet) y no pocas críticas injustas se limitaban a atribuirles condición de figurines asociados a un movimiento, en defensa de opciones más oscuras y puras. 

En todo caso, aunque los singles previos ya auguraban gran repercusión, digamos que los cinco tipos que nos saludan desde la portada, a pesar de la seguridad que desprenden sus poses, todavía no son conscientes del futuro que se cierne sobre ellos, la absoluta explosión de su inmediato disco posterior y su elevación a los altares pop, incluyendo participación en festivales y la siempre socorrida coartada popular: estaban entre los grupos favoritos de Diana Spencer.

Pero sin buenas canciones todo eso no se sustenta: hay bastantes en Duran Duran: ni siquiera esa producción que suena envejecida logra disimularlo, esa producción que uno diría que pide una remasterización que aporte músculo, sobre todo a la parte rítmica, pero que ya es intrínseca al disco: es música para oír a alto volumen, casi diseñada para ser jaleada por multitudes, y los tres singles son inapelables: Girls On Film o la oportunidad, vía funk tecnificado, de aportar primeros momentos de ingenua polémica a la MTV, Planet Earth o la inmediatez after-punk elevada a sus consecuencias más mundanas (incluyendo estratosférica línea de bajo destripada aquí por su autor, John Taylos) y reconociendo influencias del krautrock en el avance imparable de Careless Memories, incluída efervescencia guitarrera que se ensambla perfectamente). Añadamos temas más épicos e introspectivos, como Night Boat, himnos generacionales como Friends of mine, temas menores enormemente eficaces como Anyone Out There y, claro, toda la carga de imagen (tomada prestada de quien fuera, pero que hicieron suya) del grupo, con un carismático Simon Le Bon al frente, y el cuadro está completo. Su dominio de la época fue breve pero absoluto, su corte de imitadores (A-ha, por ejemplo) muy notable y su influencia (la fusión desvergonzada entre sonoridades rock, funk y sintetizadores) mayor de la que se puede medir. Que años más tarde se les indigestara en discos discutibles como Notorious ya es otra cosa.

domingo, 4 de abril de 2021

Ladytron: 604

Año de publicación: 2001

Valoración: muy recomendable

Preciosa portada y nombre del grupo tomado de una vieja canción de la primera época de Roxy Music. Si el 604 fuera por algún vetusto modelo de sinte analógico (lo he mirado muy precipitadamente, pero creo que no), el disco de debut de esta banda sería como un torrente de referencias irresistible, incluso antes de reproducir un segundo de su contenido. Valientes tuvieron que ser sus componentes para adelantarse a su tiempo, no era tan frecuente en 2002 contar con bandas mixtas, que algunos de sus componentes tuvieran orígenes curiosos (Bulgaria) y que optaran, adelantándose algún tiempo al fugaz revival del electro-clash, por un sonido añejo, furibundamente analógico y con una producción que coquetea con el low-fi, un obvio homenaje a algunos de los primeros referentes que acuden nada más oírlos: Human League de primera época, pop marciano, easy listening, vocalistas femeninas de los primeros sesenta, alguien dijo Kraftwerk pasado por el filtro de Broadcast, o viceversa. 

También es, una pena, el clásico disco de debut que agota a un grupo, que los coloca en el brete de la ruptura o la continuidad, cuestión que no pocos grupos han solventado de forma radical. Pero influyentes: oigo esas canciones saturadas e imperfectas y visualizo a algunos grupos posteriores, a la indietrónica del sello Morr, a la electrónica de dormitorio, a cierta estética en B/N, a unos últimos coletazos del sonido electrónico premeditadamente sin rostro ni figuras visibles. Veo referencias hasta en los The XX que publicarían pasados varios años discos sin aparente enlace sonoro pero con conceptos artísticos similares (intros instrumentales, austeridad sonora).

El armazón sonoro es característico: secuenciadores de ritmo de vieja gama que parecen haber sido obtenidos en tiendas de segunda mano, cajas de ritmo toscas, fondos planeadores, voces de aire desganado, puntual empleo de idiomas de más allá del telón de acero (que les da un cierto tono arty, y añadiré a Blondie, Propaganda o los primeros discos de Depeche Mode como referencias adicionales) mezcla de sonidos que un desparpajo post adolescente cohesiona: se suceden las melodías inmediatas con regusto a hit menor, y aunque el sonido es algo tosco y parece que el grupo pueda tener alguna limitación de repertorio, hay que reconocer que presentarse con la contundencia de canciones como This Is Our Sound, la luminosidad de Playgirl (que parece avanzarse al dream house de los Chromatics) o el espíritu chulesco de He Took Her to a Movie, aquí europeízada por Bertrand Burgalat, o el espíritu new wave de The way that I found you, comprender que eso hacían hace 20 años para presentarse en sociedad no deja otra que atribuirles un enorme mérito.