Año de publicación: 2009
Valoración: muy recomendable, casi imprescindible
Valoración: muy recomendable, casi imprescindible
Pues no: la primera figura sueca de que vamos a hablar en este blog no van a ser los incomprensiblemente redimidos ABBA (un grupo de pop comercial con un enorme aparato de promoción, pero música de consumo al fin y a, cabo) ni muchos menos los infumables Roxette.
Va a serlo Fever Ray, disco homónimo del proyecto en solitario de Karin Dreijer, componente de The Knife.
Un disco cuya apuesta estética empieza a ser sugerida en la atractiva portada, oscura, nocturna con reminiscencias de aire medieval aunque la protagonista luzca gafas de sol y sudadera. Esos árboles retorcidos, esas cabañas de contenido incierto.
Y por supuesto se confirma en lo sonoro. Dreijer deja atrás la luminosidad de los beats de algunas canciones de The Knife y decide abrumar al oyente. El sonido es estático, denso, cargado, quizás no siempre con mucha enjundia en lo instrumental, a veces es parco en lo sonoro, Coconut, por ejemplo, brillante cierre del disco, parece iniciarse de forma casi ambiental, pero se percibe un cierto peso ahí, como si algo flotara en el aire, como si todo el desarrollo fuera un preámbulo para ese tono solemne de las voces.
Pocas referencias son ajustadas para definir este disco. Así que debemos hablar de algo innovador, original, desde luego refrescante no sería un adjetivo adecuado. Quizás puede recordarnos el espíritu unitario y cohesionado de Disintegration, aunque en otro punto podríamos aludir al gusto por las percusiones africanas presente en Remain in Light, el sonido de bandas como Bark Psychosis, The Blue Nile o incluso Depeche Mode (era Black Celebration) o inclusoTortoise, y desde luego la propia obra de The Knife, aunque en este caso uno de sus discos posteriores, el abigarrado Shaking The Habitual, parece recoger influencias de este disco.
Curioso, esto no es para nada synth-pop aunque los sintetizadores dominan a su antojo, las cajas de ritmo coronan maravillas como Seven, muestra perfecta del trabajo visual que acompañó al disco, con videos siempre creativos e inquietantes, casi siempre ambientados en los propios escenarios que la portada sugiere: páramos, piscinas vacías, casas sembradas de cuerpos. La coherencia estética es abrumadora, pero el disco muy disfrutable en lo sonoro, con esas voces tratadas para eludir el confort: Dreijer se acerca más a Siouxsie Sioux que, por ejemplo a Björk o a Joanna Newsom y este no es un disco de lucimiento vocal ni de alardeo técnico. Sus canciones intimidan a la vez que fascinan, sus melodías no se hacen reconocibles a la primera escucha, pero calan de forma lenta y decidida. When I Grow Up parece más el inusual cruce de una tribu de indios cantando desde los bosques de Escandinavia, con ese vídeo que parece apropiado para promocionar alguna serie de Netflix. Now's The Only Time I Know, otro ejemplo de esa rara mezcla de sonidos ligeramente familiares (los vibráfonos, las voces dobladas con ecos de Cocteau Twins) que funciona a pleno rendimiento.
Un disco oscuro, difícil, con dos partes levemente diferenciadas, en su segunda mitad los ritmos son aún más ralentizados, y títulos como Keep The Streets Empty For Me o Triangle Walks solo hacen que confirmar lo que sus cuatro canciones iniciales profetizaban: un auténtico tour de force sonoro que es, desde luego, particularmente disfrutable a considerable volumen o apreciando su abigarrada arquitectura sonora con unos buenos auriculares. Diez años más tarde, el tiempo va poniendo en su sitio a esta maravilla.
Pocas referencias son ajustadas para definir este disco. Así que debemos hablar de algo innovador, original, desde luego refrescante no sería un adjetivo adecuado. Quizás puede recordarnos el espíritu unitario y cohesionado de Disintegration, aunque en otro punto podríamos aludir al gusto por las percusiones africanas presente en Remain in Light, el sonido de bandas como Bark Psychosis, The Blue Nile o incluso Depeche Mode (era Black Celebration) o inclusoTortoise, y desde luego la propia obra de The Knife, aunque en este caso uno de sus discos posteriores, el abigarrado Shaking The Habitual, parece recoger influencias de este disco.
Curioso, esto no es para nada synth-pop aunque los sintetizadores dominan a su antojo, las cajas de ritmo coronan maravillas como Seven, muestra perfecta del trabajo visual que acompañó al disco, con videos siempre creativos e inquietantes, casi siempre ambientados en los propios escenarios que la portada sugiere: páramos, piscinas vacías, casas sembradas de cuerpos. La coherencia estética es abrumadora, pero el disco muy disfrutable en lo sonoro, con esas voces tratadas para eludir el confort: Dreijer se acerca más a Siouxsie Sioux que, por ejemplo a Björk o a Joanna Newsom y este no es un disco de lucimiento vocal ni de alardeo técnico. Sus canciones intimidan a la vez que fascinan, sus melodías no se hacen reconocibles a la primera escucha, pero calan de forma lenta y decidida. When I Grow Up parece más el inusual cruce de una tribu de indios cantando desde los bosques de Escandinavia, con ese vídeo que parece apropiado para promocionar alguna serie de Netflix. Now's The Only Time I Know, otro ejemplo de esa rara mezcla de sonidos ligeramente familiares (los vibráfonos, las voces dobladas con ecos de Cocteau Twins) que funciona a pleno rendimiento.
Un disco oscuro, difícil, con dos partes levemente diferenciadas, en su segunda mitad los ritmos son aún más ralentizados, y títulos como Keep The Streets Empty For Me o Triangle Walks solo hacen que confirmar lo que sus cuatro canciones iniciales profetizaban: un auténtico tour de force sonoro que es, desde luego, particularmente disfrutable a considerable volumen o apreciando su abigarrada arquitectura sonora con unos buenos auriculares. Diez años más tarde, el tiempo va poniendo en su sitio a esta maravilla.
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