Año de publicación: 1979
Valoración: bastante recomendable
Pocos discos de debut son tan recordados y reconocibles como éste. Desde la contundencia intemporal de su portada, una especie de código en blanco y negro solo alterado por la contundente chupa roja con que se atavió Chrissie Hynde. Que ya es un mensaje por sí solo: tanto como su decidida mirada a cámara, frontal como sí sola. Pretenders no es una banda con chica, sino mi banda. Y a fe que lo consiguió, aunque fuera por el desgraciado hecho de que, en menos de cinco años dos de los componentes de la banda inicial ya habían fallecido víctimas de sus adicciones. Y ha Hynde no le hacía falta que la parca le allanara el camino, claro que no. Pero ese halo de malditismo en un mundo como el del rock, wow, no disimulemos, suele resultar crucial. Porque aunque la banda persistiera en esa formación inicial para completar un (cómo no, claramente inferior) segundo disco, aunque Hynde a posteriori siempre pareciera (aparte, junto a Johnny Ramone, del flequillo más reconocible del rock) a la búsqueda de los socios perfectos para su proyecto, este Pretenders siempre será considerado su tarjeta de presentación y, claro, su cumbre creativa.
Y sorprende, aparte de la cuestión estética, que a pesar de toda la historia anterior (mucha de ella disponible a través de la autobiografía que hoy reseñamos en UnLibroAlDia), que la relacionaba con la eclosión punk y ese Londres bullicioso de la mitad de los 70, este disco no puede alinearse al lado de los grandes clásicos del punk. Quizás porque las influencias de Hynde no eran tan recientes y quizás por lo que muchas veces marca los discos de debut: la heterogeneidad del material acumulado. Por eso, y quizás le preguntaría a Hynde si la tuviera delante y no me derritiera (como hubiera hecho en su momento) ante su mirada a la vez esquiva y agresiva, ¿satisfecha con que a pesar del cuero y la negrura y las historias con todas las drogas habidas y por haber, el faro de su carrera sea pop, una delicia, sí, pero pop al fin y al cabo, como Brass in pocket?
De eso se trata: de que Pretenders, publicado en 1979 pero con una influencia patente en la siguiente década, es una formalización de la asimilación del punk (presente aquí en espíritu pero limitado a unos cuantos dardos entre los que brilla con luz propia la contundente Precious, que inicia el disco, con su desafiante "fuck-off") despojada de sus urgencias amateur (desde luego aquí hay aprecio por las armonías y por las buenas instrumentaciones) y, reconozcámoslo, ya en un proceso de domesticación/mixtificación que a la postre sería el alumbramiento de la new-wave. Una injustamente vilipendiada corriente que consistió en asimilar todo el espíritu do-it-yourself del punk y enriquecerlo con todo tipo de influencias.
De eso se trata: de que Pretenders, publicado en 1979 pero con una influencia patente en la siguiente década, es una formalización de la asimilación del punk (presente aquí en espíritu pero limitado a unos cuantos dardos entre los que brilla con luz propia la contundente Precious, que inicia el disco, con su desafiante "fuck-off") despojada de sus urgencias amateur (desde luego aquí hay aprecio por las armonías y por las buenas instrumentaciones) y, reconozcámoslo, ya en un proceso de domesticación/mixtificación que a la postre sería el alumbramiento de la new-wave. Una injustamente vilipendiada corriente que consistió en asimilar todo el espíritu do-it-yourself del punk y enriquecerlo con todo tipo de influencias.
Sí, es posible que esa sea la auténtica hazaña de este disco: incorporar pop (la mencionada Brass in pocket o Kid,
con sus aires de nana con trémolo), versiones de lo que empezaban a ser viejas glorias (¡los Kinks! ) reggae, (Private life, que encontró acomodo en su fascinante cover por Grace Jones) instrumentales amarcianados, y, a pesar de todo, conseguir que de esa diáspora surgiera una sensación unitaria. Un disco que se oye de un tirón, con su alternancia de tiempos, del cual se disfrutan por igual los arranques y los parones, y que rezuma entusiasmo, que no urgencia, y al que tres décadas largas después, solo pueden recriminársele dos cosas: que su sonido haya quedado un poco languidecido, cosas de las técnicas de producción, y que el grupo, supongo que con cierta lógica, haya tenido una carrera tan anónima como desigual.