domingo, 24 de octubre de 2021

The Smiths: Strangeways, here we come


Año de publicación: 1987

Valoración: muy recomendable


Les da el tiempo suficiente para crear un pequeño mito e incluso ser llamados (como otros cientos) los nuevos Beatles. Pero la carrera de los Smiths dura apenas un lustro (en medio de los desorientados años 80) y corre pareja al synth-pop, al rock gótico, y su sonido pervive a pesar de la obvia recesión del rock de guitarras, como si Morrissey no hubiera encanecido, protagonizado una discreta carrera en solitario, y efectuado repugnantes guiños al National Front.

Y la cierran con este Strangeways, here we come. Último disco en estudio al que seguirán discos en vivo, recopilatorios, toda la parafernalia post-mortem tan propia del rock, siempre preparado para rendir tributo a sus cadáveres (físicos o como sean) y a activar las retrospectivas con el cuerpo aún tibio sobre la mesa del forense. Puede que en la época me sorprendiera la decisión, la lamentara pues los Smiths se habían hecho un rincón con el estratosférico Hatful of Hollow, producto tan smithsiano en su condición de refrito de singles y caras B que se erige como pocos en piedra filosofal de la esencia del indie cuando eso significaba algo más que cuatro chavales ataviados con camisetas que han pasado demasiado por la lavadora. 

Pero visto (y oído) hoy, este magnífico disco parece no tener nada que ver con sus inicios. Del sonido lleno de aristas y casi lo-fi que aportaba un atractivo descomunal a sus canciones casi accidentales de 1982 pasamos, algo tendrá que ver el productor Stephen Street, a un poderoso y casi lujoso aparato sonoro, que, sin relegar la arquitectura básica de la banda (guitarras, bajo, batería, voz) le añade cuerdas, vientos, teclados, siempre de forma eficaz y pertinente, ni un solo pero a una producción que aún hoy suena potente y con cada instrumento en su plano idóneo. Diría incluso (Street produjo más tarde, por ejemplo, a Blur) que Strangewaye, here we come puede ser una referencia lejana al brit pop más elaborado. En todo caso, las claras diferencias de las carreras de Morrissey (incluyendo el rockabilly en algunos de sus discos) y Marr (colaborando con Matt Johnson, Bernard Sumner o Billie Eilish) ya aventuran que la banda contaba con intereses muy dispares, y que el equilibrio era muy quebradizo. Cuando se publica el disco, la banda ya se ha disuelto.

Y el disco aporta su puñado de clásicos. El último tema, despedida por tanto oficial de la banda, I won't share you, es una de esas canciones casi predestinadas al funeral de algún fan sobreexcitado. El inicio, A rush and a push and the land is ours, al igual que I started something I couldn't finish (qué títulos) ya muestran detalles elaborados como intros, diálogo de guitarras, los algo irritantes arrastres vocales de Morrissey (histrionismo, ¿yo?), y canciones como Girlfriend in a coma, con su clip completamente naïf bordeando la misoginia o Last night I dreamed that somebody loved me son auténticas joyas de una banda que parece responder al paradigma de brevedad e intensidad. La cuestión es que en esos cuatro años la evolución sonora trajo consigo algo difícil de explicar. La gente prefería esa aspereza acneica de sus inicios y el desbordamiento auditivo de este disco parecía atraer con rapidez pero acercarse a toda velocidad a cierta saturación. Quizás una evolución demasiado rápida e intensa. En cualquier caso, muchos de los inspirados por su carrera morderían por hacer un disco así. Disfrutadlo.

1 comentario:

  1. Un disco que gana con el tiempo. Siempre queda la duda de como sería un siguiente disco si no se separaran tan prematuramente. Quizás era inevitable y de algún modo sea preferible este final.

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