domingo, 21 de julio de 2019

The Human League: Reproduction


Año de publicación: 1979

Valoración: muy recomendable

Desde el propio concepto subliminal de la combinación portada-título, uno no puede dejar de calificar cierta actitud en este disco como ligeramente ingenua. Incluso entrañable. Estamos en 1979 y el punk ha empezado a dejar un residuo más palpable en la actitud que en el sonido. No se trata tanto de ponerse una chaqueta raída para salir a la calle a asustar a las ancianas como de suscribir algo los planteamientos intelectuales implícitos. Hagamos cosas y hagámoslas nosotros sin estar pendientes de la aprobación, del beneplácito. 
The Human League estaban a un par de años de ser un acontecimiento global, de incorporar a dos atractivas chicas como asistentes vocales de la voz ligeramente plana y marcial (pero absolutamente distintiva) de Philip Oakey, de emular la tipografía de las portadas de Vogue para su esplendoroso tercer disco. Pero en 1979 aún sonaban tan encantadoramente amateurs, con dos tipos como Ian Craig Marsh y Martyn Ware, que abandonarían más tarde la banda para crear un combo de synth-funk-pop  llamado Heaven 17, con ese sonido tan analógico que tiene esa capacidad de transportarnos al oxímoron de un pasado de aromas futuristas. 
Reproduction, disco de debut publicado en Virgin, cumple con las expectativas propias, incluyendo alguna concesión bastante chocante, como la glacial versión de los Righteous Brothers con la que parecen rendir culto al pasado, quizás algo forzada al convivir con canciones de títulos amenazadores como Circus Of Death, obvia influencia en el último disco de LCD Soundsystem, guiños ("No future, they say) a la oleada punk que aún coleteaba, en  Blind Youth, o alegorías marciales como la impetuosa y kraftwerkiana Empire State Human. No es que se trate de un trabajo conceptual, las nueve canciones del disco son más bien un catálogo de aptitudes del grupo, curiosamente unitario en lo sonoro, dominado por los números vocales pero con una fuerte carga instrumental, con intros de aires cósmicos y trascendentes y colofones de acelerón tan nihilista como nostálgico, en Zero As A Limit.
Este disco, así como Travelogue como socio casi obligatorio, puede que no sea el clásico arrasador o innovador (entre otras cosas porque el Reino Unido de la época era un bullidero de ideas) ni el disco que uno llevara a una isla desierta. Es breve, algo gris en lo sonoro, casi ingenuo en su apuesta intelectual de aires entre fatalistas y distópicos, representa a la perfección esa época pre-tantas cosas en las que los músicos inquietos no estaban arrinconados por la industria en los confines de la autoedición y el submundo de las etiquetas de género


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