Hablemos de New Radicals. O, mejor aún, hablemos de Gregg Alexander. Artista multiinstrumentista, dotado de un inmenso talento, el músico ejerce de productor, compositor y autor absoluto en esta pequeña joya. Así, bajo el pseudónimo de New Radicals, se esconde la figura de Alexander como protagonista absoluto del grupo, formado por él mismo y un conjunto de músicos de estudio contratados específicamente para la grabación de este álbum. El talento del autor es tal que no necesita mucho más que él mismo para elaborar un álbum de tamaña calidad.
Hechas las presentaciones, vamos a por el álbum, que empieza con una frase claramente intencional: «Make my nipples hard, let's go!». A partir de ahí unas guitarras distorsionadas y caóticas (aparentemente) abren el disco con unos acordes eléctricos que suenan a lo lejos para dejar paso limpio a la incorporación de los teclados, la base rítmica y los sonidos metálicos. La voz de Gregg se añade, lejana, para incorporarse casi como un susurro al oído, pausado, que van aumentando ritmo y volumen hasta dar paso a un estribillo donde aparece, como un grito, el nombre del título de la primera canción «Mother we just can't get enough»; a partir de ese instante se añaden el resto de instrumentos, con todo su potencial: batería, coros, base instrumental, efectos, percusiones y la guitarra de fondo que mantiene los acordes a lo largo de la canción. Presencia rítmica constante y unos coros que apoyan la melodía pegadiza. La producción es perfecta, nítida, clara y equilibrada.
Esta primera canción nos muestra lo que el disco ofrece: un sonido muy cuidado a lo largo de todo el álbum, sin alardes ni pretensiones que busquen algo más que lo que la calidad de los propios instrumentos ofrecen. Todo medido, todo calculado. Ésta será la tónica dominante: bases rítmicas, amplitud instrumental, melodías algo pegadizas (en algunos casos), aunque huyendo de lo estrictamente comercial. Y la voz de Gregg omnipresente, copando todo el espacio necesario, añadiéndose al resto como un instrumento más.
La segunda canción del disco empieza con forma similar: acordes de guitarra, pausada y los coros que, junto con la batería, van entrando en la canción hasta que irrumpe con potencia toda la sinfonía. Voz nítida de Gregg, un par de estrofas y su voz de falsete que da paso a un puente magistral, introductorio, preparando el terreno de lo que sería el estribillo de su gran single, la canción con la que se dieron a conocer: «You get what you give». Gran canción, aunque algo larga en su tramo final que hubiera mejorado con una menor extensión.
Dos grandes canciones iniciales que dan paso a una tercera canción. Aquí el ritmo baja notoriamente, con esa canción pausada que es «I hope I didn't just give away the ending». En un acercamiento a la intimidad, la canción empieza con un piano tocado como notas sueltas, coros que dejan paso a la voz que Gregg que se añade como un lamento, un susurro, casi desafinando, eclecticismo y anarquía musical. Algo caótica en su avance, como un caos interno provocado por multitud de voces dentro de la cabeza, experimental hasta la extenuación, para llegar a una marcada pausa, un cambio completo de registro en el minuto 1:56 con el cantante diciendo «shut up». En este momento la canción calla todas las voces, todo el alboroto, y deja paso a la claridad, a la luz, a la brillantez, a la calidez, a la pausa y a la suavidad de la voz del cantante, en una música que lleva a parecer casi música ambiental. La multicomposición, una canción dentro de otra canción. La canción termina como empieza, como un canto casi a la desesperada, casi suplicante.
Y aquí llegamos al punto álgido, después de tres muy buenas canciones. La cuarta canción la ocupa «I don't wanna die anymore» y es, para mí, la mejor del álbum: el órgano marca los primeros compases y luego aparece un breve riff de guitarra, y la voz de Alexander, susurrando de nuevo, pidiendo casi clemencia para dejar paso a un puente in crescendo, magistral, pletórico, que da paso a un estribillo en medio de un clímax musical al entrar la batería, la guitarra distorsionada, marcando las pausas necesarias para aguantar el momento, justo dejando el espacio para que el estribillo con el grito a la desesperada «don't wanna die anymore» que enlaza con un riff de guitarra, un riff perfecto, colocado en su preciso momento, un riff de los que protagoniza la canción; el elemento clave, el toque perfecto. Los golpes de batería marcan los compases, para acabar con ese susurro «¿won't you save me?...» Repitiendo la secuencia una segunda vez para llegar a su punto álgido, en un grito que marca desesperación, desaliento, y que consigue llegar al fondo de uno mismo. Épico, genial. Inmensa canción.
A partir de aquí seguirían varias canciones destacables, empezando por la sexta canción, «Someday we'll know», que sería el segundo single del álbum, aunque personalmente no estaría entre mis favoritas. Tendremos que esperar hasta la novena canción, «Gotta stay high» para recuperar el nivel de las canciones iniciales. Aquí, la voz de Gregg marca la entrada de la canción con un falsete introductorio pegadizo que acompaña a unos primeros acordes de piano, con una música muy melódica, una reverberación vocal que alarga su voz potenciándola como un instrumento más, se añaden los coros en su puente. Canción de estribillo inexistente y final lento, como una despedida, con un piano sonando a lo lejos y la voz en primera línea del cantante, protagonista absoluto.
El disco finaliza con «Crying like a church on monday», otra de las grandes canciones del disco. La entrada de la canción, con Gregg y su guitarra acústica, al que se añade un piano suave y su voz, ritmo lento, pausado, dejando paso a un puente donde se añaden el resto de los instrumentos, manteniendo el tono pausado, lento, y el estribillo en otro lamento, grito, desesperación mostrada con la voz del cantante. Pasada la mitad de la canción, un solo de guitarra (algo bastante inusual en el disco), es el perfecto punto para retomar de nuevo el estribillo, gran estribillo. La canción finalizada de forma acústica con un solo de guitarra punteado, suave, ritmo lento hasta su punto final de piano. Despedida perfecta, colofón final a un gran álbum.
En definitiva, disco algo irregular, pero teniendo muchas canciones más que destacables, como las antes mencionadas, merece la calificación de muy recomendable. Disco único de New Radicals, elevado por los seguidores como una pieza inigualable, inolvidable, y que llegó a la categoría de disco de platino. Primer y último álbum, que pedía a gritors una continuidad; lástima que el autor considerara, en medio de la gira de promoción del segundo single, que la vida de un músico no tenía por qué ir ligada a giras, promociones, etc. y ser controlada y dirigida por un manager. Gregg quería ser dueño de su destino y hacer lo que le gustaba: componer. Es su habilidad, su don. El resto no le interesa. Y así decidió, después de este disco, apartarse de la primera línea, de los medios, para dedicarse a componer para otros cantantes. Escribiría canciones y produciría para Ronan Keating («Life is a rollercoaster»), Sophie Ellis-Bextor («Murder in the dance floor»), Rod Steward («I can't deny it»), Texas («Inner smile»), y otros muchos cantantes como Santana, para quién compuso «The game of love» (canción que le supuso un Grammy en el año 2003). Ya más recientemente, recuperó la colaboración de Danielle Brisebois, que ya participó en este disco y fue pareja sentimental de Gregg (y con quien ya había colaborado en una versión de «Gimme little sign», de Brenton Wood, dándole un aire pegadizo pero más que interesante, en un estilo que se acercaba a Cindy Lauper o a Madonna en sus inicios). Esta colaboración recuperada le permitiría, por ejemplo, escribir las canciones de la banda sonora de «Begin Again», donde la autoría de Gregg Alexander es presente en prácticamente todas ellas, llegando a situar «Lost Stars» en las nominaciones a mejor canción de los Oscar 2015 (a pesar que los méritos se los llevó Adam Levine como cantante de las mismas y actor protagonista del film).
Lamentablemente para sus aficionados y seguidores, New Radicals empezó y finalizó con este disco. Aún así, el trabajo de Gregg Alexander sigue, aunque en este caso poniendo los elementos necesarios para que se luzcan otros cantantes. Para todos ellos irán los premios, para Gregg, la gloria de su legado.
Esta primera canción nos muestra lo que el disco ofrece: un sonido muy cuidado a lo largo de todo el álbum, sin alardes ni pretensiones que busquen algo más que lo que la calidad de los propios instrumentos ofrecen. Todo medido, todo calculado. Ésta será la tónica dominante: bases rítmicas, amplitud instrumental, melodías algo pegadizas (en algunos casos), aunque huyendo de lo estrictamente comercial. Y la voz de Gregg omnipresente, copando todo el espacio necesario, añadiéndose al resto como un instrumento más.
La segunda canción del disco empieza con forma similar: acordes de guitarra, pausada y los coros que, junto con la batería, van entrando en la canción hasta que irrumpe con potencia toda la sinfonía. Voz nítida de Gregg, un par de estrofas y su voz de falsete que da paso a un puente magistral, introductorio, preparando el terreno de lo que sería el estribillo de su gran single, la canción con la que se dieron a conocer: «You get what you give». Gran canción, aunque algo larga en su tramo final que hubiera mejorado con una menor extensión.
Dos grandes canciones iniciales que dan paso a una tercera canción. Aquí el ritmo baja notoriamente, con esa canción pausada que es «I hope I didn't just give away the ending». En un acercamiento a la intimidad, la canción empieza con un piano tocado como notas sueltas, coros que dejan paso a la voz que Gregg que se añade como un lamento, un susurro, casi desafinando, eclecticismo y anarquía musical. Algo caótica en su avance, como un caos interno provocado por multitud de voces dentro de la cabeza, experimental hasta la extenuación, para llegar a una marcada pausa, un cambio completo de registro en el minuto 1:56 con el cantante diciendo «shut up». En este momento la canción calla todas las voces, todo el alboroto, y deja paso a la claridad, a la luz, a la brillantez, a la calidez, a la pausa y a la suavidad de la voz del cantante, en una música que lleva a parecer casi música ambiental. La multicomposición, una canción dentro de otra canción. La canción termina como empieza, como un canto casi a la desesperada, casi suplicante.
Y aquí llegamos al punto álgido, después de tres muy buenas canciones. La cuarta canción la ocupa «I don't wanna die anymore» y es, para mí, la mejor del álbum: el órgano marca los primeros compases y luego aparece un breve riff de guitarra, y la voz de Alexander, susurrando de nuevo, pidiendo casi clemencia para dejar paso a un puente in crescendo, magistral, pletórico, que da paso a un estribillo en medio de un clímax musical al entrar la batería, la guitarra distorsionada, marcando las pausas necesarias para aguantar el momento, justo dejando el espacio para que el estribillo con el grito a la desesperada «don't wanna die anymore» que enlaza con un riff de guitarra, un riff perfecto, colocado en su preciso momento, un riff de los que protagoniza la canción; el elemento clave, el toque perfecto. Los golpes de batería marcan los compases, para acabar con ese susurro «¿won't you save me?...» Repitiendo la secuencia una segunda vez para llegar a su punto álgido, en un grito que marca desesperación, desaliento, y que consigue llegar al fondo de uno mismo. Épico, genial. Inmensa canción.
A partir de aquí seguirían varias canciones destacables, empezando por la sexta canción, «Someday we'll know», que sería el segundo single del álbum, aunque personalmente no estaría entre mis favoritas. Tendremos que esperar hasta la novena canción, «Gotta stay high» para recuperar el nivel de las canciones iniciales. Aquí, la voz de Gregg marca la entrada de la canción con un falsete introductorio pegadizo que acompaña a unos primeros acordes de piano, con una música muy melódica, una reverberación vocal que alarga su voz potenciándola como un instrumento más, se añaden los coros en su puente. Canción de estribillo inexistente y final lento, como una despedida, con un piano sonando a lo lejos y la voz en primera línea del cantante, protagonista absoluto.
El disco finaliza con «Crying like a church on monday», otra de las grandes canciones del disco. La entrada de la canción, con Gregg y su guitarra acústica, al que se añade un piano suave y su voz, ritmo lento, pausado, dejando paso a un puente donde se añaden el resto de los instrumentos, manteniendo el tono pausado, lento, y el estribillo en otro lamento, grito, desesperación mostrada con la voz del cantante. Pasada la mitad de la canción, un solo de guitarra (algo bastante inusual en el disco), es el perfecto punto para retomar de nuevo el estribillo, gran estribillo. La canción finalizada de forma acústica con un solo de guitarra punteado, suave, ritmo lento hasta su punto final de piano. Despedida perfecta, colofón final a un gran álbum.
En definitiva, disco algo irregular, pero teniendo muchas canciones más que destacables, como las antes mencionadas, merece la calificación de muy recomendable. Disco único de New Radicals, elevado por los seguidores como una pieza inigualable, inolvidable, y que llegó a la categoría de disco de platino. Primer y último álbum, que pedía a gritors una continuidad; lástima que el autor considerara, en medio de la gira de promoción del segundo single, que la vida de un músico no tenía por qué ir ligada a giras, promociones, etc. y ser controlada y dirigida por un manager. Gregg quería ser dueño de su destino y hacer lo que le gustaba: componer. Es su habilidad, su don. El resto no le interesa. Y así decidió, después de este disco, apartarse de la primera línea, de los medios, para dedicarse a componer para otros cantantes. Escribiría canciones y produciría para Ronan Keating («Life is a rollercoaster»), Sophie Ellis-Bextor («Murder in the dance floor»), Rod Steward («I can't deny it»), Texas («Inner smile»), y otros muchos cantantes como Santana, para quién compuso «The game of love» (canción que le supuso un Grammy en el año 2003). Ya más recientemente, recuperó la colaboración de Danielle Brisebois, que ya participó en este disco y fue pareja sentimental de Gregg (y con quien ya había colaborado en una versión de «Gimme little sign», de Brenton Wood, dándole un aire pegadizo pero más que interesante, en un estilo que se acercaba a Cindy Lauper o a Madonna en sus inicios). Esta colaboración recuperada le permitiría, por ejemplo, escribir las canciones de la banda sonora de «Begin Again», donde la autoría de Gregg Alexander es presente en prácticamente todas ellas, llegando a situar «Lost Stars» en las nominaciones a mejor canción de los Oscar 2015 (a pesar que los méritos se los llevó Adam Levine como cantante de las mismas y actor protagonista del film).
Lamentablemente para sus aficionados y seguidores, New Radicals empezó y finalizó con este disco. Aún así, el trabajo de Gregg Alexander sigue, aunque en este caso poniendo los elementos necesarios para que se luzcan otros cantantes. Para todos ellos irán los premios, para Gregg, la gloria de su legado.
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