Año de publicación: 1969
Valoración: imprescimdible
Ya sé que suelo dejarme llevar por el entusiasmo, pero tendríais que escuchar este disco. A solas, a oscuras, de noche, en un volumen alto, pero sin agresividad. Notando los arreglos de cuerda, palpando los ecos en cada frase, los silencios, esa solemnidad inherente. Impregnándoos de ese clasicismo indescriptible, el mismo que impide etiquetar esta música como otra cosa que precedente a muchas de las que hoy en día nos apasionan.
Como en la literatura, a cierta gente le chiflan los músicos malditos. Hasta el punto de permitírselo casi todo. En este sentido, la entrega incondicional a la experimentación del Scott Walker de las últimas décadas ha disfrutado en todo el momento de la comprensión y el aplauso crítico.
Sus últimos discos, arriesgados, difíciles, indescifrables, marcaron, por ejemplo, algunas de las últimas canciones de David Bowie, que no hacía más que devolver de esta manera la influencia palpable en fraseo, en modo de cantar, en definición de sonido.
La historia puede resumirse así. A finales de los 60 Scott Walker formaba parte de un trío de éxito en el panorama de la época: The Walker Brothers. Ni eran hermanos ni se apellidaban Walker, pero su éxito estaba asociado a la histeria del fenómeno fan y Scott no parecía sentirse cómodo, ni con las adolescentes postradas a los pies ni con la interpretación del material ajeno. Scott le dio la patada a esa vida y empezó una carrera en solitario en la que dar salida a sus inquietudes. Empezó con discos en los que combinaba material propio y versiones de Brel, de clásicos de Bacharach/David, Y en 1969 publicó este Scott 3, en el que el equilibrio ya se decanta decididamente hacia sus propias composiciones, nada más lejanas del pop chico-conoce-chica, cuestión que ya planteaba en sus inquietudes. Puede que Scott Walker fuera uno de los primeros existencialistas con carrera musical. Pero está claro que el público no estaba preparado para sus referencias a Sartre o Camus, para sus intrincadas letras llenas de lirismo en que hablaba de prostitutas y de infidelidades, para su sonido grandioso que parecía ridiculizar a la vez que avanzar a los crooners al uso. Así que su éxito comercial menguaba a la par que sus logros artísticos se elevaban por encima de lo indecible.
Qué opinar, si no, de canciones extraordinarias como Rosemary, con su intrigante arreglo de cuerda, o el ritmo de vals de Copenhaguen, que en sus breves dos minutos y pico justifica importantes segmentos de carreras de artistas influyentes como The Divine Comedy o Marc Almond. O ese ritmo gélido solemne que polariza Two ragged soldiers, esa sensación irreal de flotación.
Por suerte, esa genialidad no pasa desapercibida y, a pesar de que haya transcurrido medio siglo, Walker, esquivo y reacio a expresarse de otra manera que no sea su producción artística y los detalles que la rodean, fue objeto de un excelente documental, 30th Century Man, dirigido por Stephen Kijak, reivindicando su obra de la mejor manera que, parece, en estos tiempos, funcionar: divulgándola y dejando que artistas relevantes se expresen sobre ella. David Bowie, Alison Goldfrapp, Jarvis Cocker, o los mismísimos Radiohead, que cabecean al ritmo imparable de The old man's back again, otro de sus clásicos, no incluido en Scott 3, aparecen ahí, declarando veneración incuestionable, fascinación. pleitesía y haciendo a este glorioso músico la justicia que se merece.
Por suerte, esa genialidad no pasa desapercibida y, a pesar de que haya transcurrido medio siglo, Walker, esquivo y reacio a expresarse de otra manera que no sea su producción artística y los detalles que la rodean, fue objeto de un excelente documental, 30th Century Man, dirigido por Stephen Kijak, reivindicando su obra de la mejor manera que, parece, en estos tiempos, funcionar: divulgándola y dejando que artistas relevantes se expresen sobre ella. David Bowie, Alison Goldfrapp, Jarvis Cocker, o los mismísimos Radiohead, que cabecean al ritmo imparable de The old man's back again, otro de sus clásicos, no incluido en Scott 3, aparecen ahí, declarando veneración incuestionable, fascinación. pleitesía y haciendo a este glorioso músico la justicia que se merece.
Gracias Francesc por la reseña.....recomiendo también la canción The Plague del disco Scott 2.
ResponderEliminarPD: En algunas fotos le encuentro un parecido inquietante con el jovén Mark Hamill......
Curiosamente la primera vez que oí The Plague fue en una versión de Marc Almond. Aunque he de decir que cualquiera de los 4 discos iniciales en solitario son muy recomendables, he de reconocer mi debilidad por éste.
EliminarDespués de cansarme de poner Scott 4 infinitas veces, me pasé a Scott 3, menos accesible en las primeras escuchas, pero a la postre más profundo y duradero.
ResponderEliminarEs difícil no sentir simpatía por este músico, sobre todo por su trayectoria y su renuncia a seguir el camino fácil (más aun después de su éxito con los Walker Brothers).
Sin duda, de los pocos músicos verdaderamente alternativos y vanguardistas. El documental 30th Century Man es realmente bueno.
Lo más triste, Pablo, es que, simpatía o no, haya un número tan inmenso de gente que no lo conocen, cuando su música es excepcional y única.
ResponderEliminar"conoce"
ResponderEliminarConocí Scott Walker por una exnovia japonesa, y ha sido lo mejor que me ha quedado de cualquier relación que tuve. @Francesc Bon, es triste que mucha gente no lo conozca, pero es satisfactorio cuando lo recomiendas y se terminan enganchando.
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