domingo, 4 de diciembre de 2022

Weyes Blood: And in the darkness, hearts aglow


Año de publicación: 2022

Valoración: muy recomendable

El aparato promocional de este disco explica que se trata del segundo trabajo para una trilogía que se inició con Titanic rising. Comprendo que la referencia corresponda sobre todo a la tonalidad de las letras de las canciones, pero me cuesta pensar que el disco inmediatamente anterior Front row seat to Earth quede fuera de esta agrupación, cuando, ciñéndonos exclusivamente al aspecto puramente sonoro, aprecio una perfecta cohesión en los tres trabajos y me resulta algo curioso separar el primero de ellos. 

Todo ello porque, concretando, Natalie Mering (compositora y cantante del grupo que usa el nombre para tomar, supongo, entidad como grupo y marcar distancia con el alicaído concepto "cantautora") lleva tres discos en apenas cinco años, y los tres resultan ser magníficos. Diría imprescindibles si no tuviera ciertos reparos a la hora de pensar que su estilo puede tener sectores de público en los cuales despierte cierto escepticismo: difícil encajar en cualquier gusto ese sonido reposado, que combina tonos acústicos con aires oníricos, incorpora texturas electrónicas de aires algo perturbados, que no cósmicos, cuyas canciones cuesta diferenciar a la primera pero que (y son casi treinta en esa ristra de trabajos) desvelan sus diferencias, descubren matices a cada escucha y se incrustan de un modo que podríamos definir con cualquier palabra menos pegadizo. Para nada hablamos de pop convencional, sino de algo a la vez elegante y barroco pero poco convencional. Incluso con un entorno auditivo poco definible. Más cerca de lo trágico que de lo lúdico, la voz de Mering es profunda, dulce y ligeramente grave, las comparaciones (Carpenter, Mitchell) han sido constantes pero esto no es un ejercicio de revisión: estamos en el siglo XXI y cuando aparece ataviada con un conjunto marinero y entre invitados sangrantes en el video de It's Not Just Me, It's Everybody revela esa especie de angustia de principio de década. Un single de seis minutos que crece lentamente conforme van apareciendo elementos sonoros: arpa, orquesta elevan el tono y estamos más cerca de Julee Cruise que de, glups, Enya. Y aunque todo podría rezumar un espíritu adulto, no, esto no es AOR, no puede alinearse ahí, encajar en ese concepto tan perverso y tan opuesto a sus intenciones. El ritmo festivo, casi beachboyano de Children of the Empire, con su piano percusivo y sus trucos sonoros (esos chasquidos en el primer parón), la progresiva inclusión de fanfarria sonora que podría hacerla pasar (pero no) con una canción ligeramente celebratoria. Los juegos de voces, la tonalidad festiva que parece esconder sorpresas. Algo suntuoso y complejo, inexplicable, pero no único: tenemos la solemnidad de Grapevine, el tono casi ceremonioso de And in the darkness o de la inmediata Hearts Aglow, la irrupción electrónica inesperada en The Worst Is Done, casi flirteando con el pop o incluso con el folk más abierto, o el alejamiento del tono acústico - esa caja de ritmos - en Twin Flame completan un disco, otro, brillantísimo, y ya hablamos de un repertorio de clásicos al que quizás pueda reprocharse una escasa voluntad por romper con su sonido, pero solo eso. Magnífica música, magnífico disco.