Año de publicación: 2021
Valoración: Casi imprescindible
Para cuando se publiquen estas líneas ya estará todo dicho. Cada quien tendrá una opinión inamovible, convencida de su razón y argumentada, así que poco importa hacer un análisis exhaustivo –musicalmente hablando– de las piezas que componen el disco del año. Tampoco me veo capaz: yo he venido a otra cosa. Habremos leído entrevistas, hagiografías y críticas; habremos escuchado a propósito o sin querer algunos de los temas; nos habremos chocado contra todos los tópicos. Tangana: el hombre mejor y peor vestido del mundo; Tangana: el artista que ha fusionado la tradición española con la latinoamericana; Tangana: el rapero convertido en trapero convertido en cantautor; Tangana: el rescatador del flamenquito. Nada menos. Pero el dueño de este blog me invita a pensar en público sobre «El madrileño» y, aunque sabe bien que lo mío no es escribir reseñas –y aún menos sobre música: qué sabré yo–, supongo que lo hace por lo que tuiteé después de escuchar el disco: «Tristón, irregular, anárquico, con temazos, con temitas, para follar, para bailar, para drogarse, compuesto entre 1960 y 2020. Puchito ha reunido todas las male tears del siglo y ha cerrado la Llorería para siempre. «El madrileño» es una genialidad y una capitulación». De ese tuit, reflexiono ahora, solo cambiaría el final, estableciendo una relación de causa y consecuencia: es una genialidad porque es una capitulación. A ver si lo hago corto y no digo las tres palabras mágicas.
Con C.Tangana no jugábamos al personaje desde el principio. Menudo gilipollas, decíamos, qué pintas, qué discurso machista, qué apologeta del vicio, del dinero y de los coches. Qué fuera de lugar, qué chandalismo absurdo, en estos tiempos. Eso pensábamos mientras lo escuchábamos sin parar, más todavía durante el confinamiento: C.Tangana nos recordaba cada noche lo mucho que necesitábamos bailar, desvariar, drogarnos, estar con los amigos, llegar a casa borrachos, pegarnos una fiesta cerda con tecno y baladitas, meter la lengua en algún sitio, tener un globo, un globito, un globazo. Y cuando se nos pasaba la melancolía, sufríamos con la contradicción: detestamos lo que dice, pero no podemos dejar de escucharlo. Me parece feo, pero he soñado que me lo follaba. No canta ni huevo, pero esa voz de flauta y macarrita tiene su gracia. Fue a medida que los temas del futuro disco iban apareciendo en vídeos de YouTube que comenzamos a experimentar una especie de revelación colectiva y ambigua: este tío parece ser autoconsciente del rollo heterotriste que lo sostiene. Quiero decir: no solo está contándonos sus cosas, sino haciendo un dibujo cabrón, un mapa preciso del Barón Dandy clásico, del moderno y del contemporáneo. Del fucker. Del gallo. Del latin lover, si nos ponemos nostálgicos. Un resumen voluntariamente patético de esos arquetipos que, en lo musical, desde Carlos Gardel hasta Kase-O, pasando por Alejandro Fernández, Julio Iglesias o Joaquín Sabina, han venido empalándonos con la alegría de quien te abre la puerta de la 305 –un caballero puesto hasta arriba– antes de confesar que no le gusta usar condón. Todos trúhanes, todos señores. Es interesante comprobar cómo la mayoría de ellos, incluso en sus canciones más irónicas, se toman totalmente en serio a sí mismos. La baza de Tangana es que se permite un aire de ligereza, como si estuviera jugando a los trileros. Con bases que deberían pasar a la historia, con autotunes que primero asombran y luego seducen, con canciones que se rompen y se reformulan en un minuto y medio. Lo mismo mete a Joselito en una rave berlinesa que te canta un pseudocorrido mexicano sin acento.
Desde esa ambigüedad celebramos el disco, porque tendrán razón quienes le adjudiquen un discurso connivente con el machismo más rancio y quienes lo defiendan como un simpático contorsionista que bromea o denuncia sus miserias. Es obvio que el músico al que más veces preguntan sobre el movimiento feminista o el heteropatriarcado sabe que en su disco hay 15 colaboraciones de hombres y solo una mujer (La húngara), y no se justifica ni evade la respuesta: en esto ha consistido desde siempre el Activismo Musical Heteromacho, ese que disfrutábamos cuando empezamos a litrar con los amigos y que ahora, visto en perspectiva y en proceso de autocrítica, nos avergüenza en público pero algo menos privado. Una persona a la que conozco bien dice que, muchas veces, la obra es más inteligente que quien la realiza. No conozco a Puchito ni las bambalinas intencionales de su disco, pero sí sé por qué me parece una genialidad: porque ha logrado mostrarnos como lo que somos, fachomachos o comumachos, tanto da. Recorren «El madrileño» todas nuestras penas históricas: las lágrimas cursis de Alejandro Sanz, las alegres de Kiko Veneno, las graves de Elíades Ochoa, las festivas de los Gipsy Kings, las aburridísimas de Drexler, las ridículas de Calamaro, las inconscientes de Joselito o las traperillas de la generación a la que pertenece el propio C.Tangana. Un festival de tíos lloriqueando en la barra del bar, dándole la brasa a un desconocido, metiendo fichas por despecho a toda la que se ponga por delante, cabrones con buen corazón, golfos sin malicia, aliados celosos hartos de testosterona, puteros violentos, hijos pródigos del sistema, románticos del «que era broma, tía». «El madrileño» nos convoca en 14 canciones incontestables, abre el grifo del agua fría y verbaliza el canon del que venimos en una sola frase: podemos llegar a dar bastante asco, pero damos mucha más pena que asco.
Después de oírlo, de bailarlo y de usarlo sin autocontrol –porque los discos también se usan– solo cabe un pensamiento crítico: esto es el final, amigos. Se ha terminado el tiempo en el que nuestras peripecias constituían el lenguaje básico, los grandes temas, la verdad. Puchito ha escrito el epílogo, la bibliografía y el índice de ese libro que hace mucho que debíamos haber cerrado, y lo ha hecho convirtiendo nuestro funeral en una fiesta, regalándonos a primeros de año el mejor paso de Semana Santa, la canción del verano, el tema que siempre sonará en las (no) verbenas del pueblo y hasta el villancico con el que cerraremos 2021. Capitulad. Capitulemos.
Firmado: Iván Repila
Casi imprescindible. Disco del año. Genialidad. Paro de leer. Joder. Voy a tener que ver más "la isla de las tentaciones" para ver si alcanzo a apreciar tal portentosidad musical, que me estoy quedando atrás.
ResponderEliminarJavier Ventura
nunca había escuchado tanto a los españoles como cuando apareció Rosalía y ahora se le suma C.Tangana, esa combinación de flamenco con otros estilos musicales me encanta.
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