Como era de esperar en un año tan turbio, la música ha sido para muchos un refugio y a la vez un escondrijo del cual ha resultado difícil escapar. La música y sus maneras de escucharla: en vehículos particulares atravesando calles en estado semi desierto. Con auriculares caminando agarrado a un papel, a una bolsa de la compra, a la correa de una mascota. En casa, eligiéndola como única opción donde no encontrarse con las terribles noticias expelidas de forma constante por los medios de comunicación que han optado por el sensacionalismo como única vía. La música nos ha aislado de entornos hostiles y, aquí empieza mi opinión, la música ha sido más necesaria cuando con más rabia se ha revelado como contrapartida de la estupefacción que generan las situaciones que nos superan.
Y el disco que mejor recoge ese mensaje, rodeado y aderezado de muchos mensajes que han pasado a segundo plano, como el #MeToo, como e #BlackLivesMatter, ha sido, no digáis que no lo advertí en julio, Fetch The Bolt Cutters, soberbio álbum de Fiona Apple que se ha sacudido todos los fantasmas de golpe (sin descartar que alguno de ellos se haya posado en sus abrumados oyentes). Un disco agrio, difícil, casi arisco como quien deja un borrador en un banco a la intemperie sin preocuparse por quién pueda recogerlo y pensar de él, pero una evidente piedra de toque que pone muy difícil, incluso a la propia Apple, el acercarse a tan espeluznante nivel: creativo, interpretativo, compositivo.
Como era de esperar en un año tan turbio, la música ha sido para muchos un refugio y a la vez un escondrijo del cual ha resultado difícil escapar. La música y sus maneras de escucharla: en vehículos particulares atravesando calles en estado semi desierto. Con auriculares caminando agarrado a un papel, a una bolsa de la compra, a la correa de una mascota. En casa, eligiéndola como única opción donde no encontrarse con las terribles noticias expelidas de forma constante por los medios de comunicación que han optado por el sensacionalismo como única vía. La música nos ha aislado de entornos hostiles y, aquí empieza mi opinión, la música ha sido más necesaria cuando con más rabia se ha revelado como contrapartida de la estupefacción que generan las situaciones que nos superan.Y el disco que mejor recoge ese mensaje, rodeado y aderezado de muchos mensajes que han pasado a segundo plano, como el #MeToo, como e #BlackLivesMatter, ha sido, no digáis que no lo advertí en julio, Fetch The Bolt Cutters, soberbio álbum de Fiona Apple que se ha sacudido todos los fantasmas de golpe (sin descartar que alguno de ellos se haya posado en sus abrumados oyentes). Un disco agrio, difícil, casi arisco como quien deja un borrador en un banco a la intemperie sin preocuparse por quién pueda recogerlo y pensar de él, pero una evidente piedra de toque que pone muy difícil, incluso a la propia Apple, el acercarse a tan espeluznante nivel: creativo, interpretativo, compositivo.
Obviamente muchos discos oídos en el año palidecieron ante él, pero me acabó gustando, y mucho, el disco de Phoebe Bridgers, aunque hay que tener cuidado con sus dosis (cosas del emo-folk) y me ha sorprendido la energía de Working Men's Club y recuperar ciertos clásicos como The Dark Side of the Moon, cuestión que lamentablemente ha quedado asociado a muchos de los escenarios vividos bajo el influjo de su sonido.
Y, por supuesto, zambullirme en la obra de Tyler The Creator, demasiado pronto para exigirle otro disco al nivel de Igor, y constatar, salvo sorpresa mayúscula, que ni Kendrick Lamar ni Frank Ocean van a decidirse a regalar algo nuevo a sus seguidores, en este turbio, oscuro y fascinante año.
Invito a los oyentes a que compartáis vuestras elecciones sonoras del año.
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