Valoración: muy recomendable
Como la realidad musical actual ha acabado confinando a toda música que no sea o r'n'b y sus derivados o sonoridades latinas al rincón de lo "alternativo" nos estamos ahorrando, y ya hace lustros, el aborrecible fenómeno de los revival. Creedme, he sufrido demasiadas veces de ello en el pasado y es un tormento: de repente muchos se apropiaban de un sonido de décadas anteriores y se creaba una especie de escena que no dejaba de atormentar a los oyentes a base de refritos de sonidos del pasado ejecutados por admiradores tan llenos de ilusión como exentos de talento o de originalidad. El último episodio que recuerdo fue tan breve como poco memorable, si bien de una ingenuidad entrañable: el electroclash fue una especie de intento de actualización de los desmadres más anfetamínicos del synth-pop y duró, sin dejar más impronta que unos cuantos temas sueltos y remezclas que rezumaban exceso por todas partes.
Entonces es bueno comprobar que una banda de aires revisionistas puede actuar con toda libertad, como se dice por aquí a su puta bola y, armados de arsenales de sintes y haciendo acopio del descaro más post adolescente, publicar un disco de debut notabilísimo, un disco de manifiesta personalidad como lo demuestra el abrirlo con pulsaciones sintéticas de aires Detroit y cerrarlo con doce minutos, doce, de desparrame saturado ora por guitarras ora por zumbidos sintéticos de minutos de duración: entregan diez canciones que amparan ese abanico y se quedan tan frescos. Así que este cuarteto abre con un hit alternativo de 1989, Valleys muestra las pedorretas de Roland 303 que llegan a extremos no oídos en este siglo, y no solo eso, los vocales parecen ser de aquellos ejecutados por cantantes que habían sido puestos al frente de bandas, toma el micrófono que eres el que menos mal lo haces, pero el sonido funciona, funciona a base de convicción y de desparpajo, de desvergüenza absoluta y de asimilación de influencias no siempre obvias, no se trata de homenajear como hacía Ladytron o como hicieron (con brillantez) los LCD Soundsystem del último disco: aquí hay lugar para Carl Craig, para Human League de primera época, para Ultravox! (los de John Foxx), para los Magazine de los primeros dos discos, para, glups, aires a los Front 242 menos garrulos, y para algunas, pocas, más recientes, como el caos sonoro de Animal Collective o incluso las guitarras más saturadas (hay, sí, muchas guitarras) de grupos como Slowdive, My Bloody Valentine o Spiritualized.
¿Es esto un pastiche? Las sucesivas escuchas demuestran que no, que han salido adelante y resultan a la vez novedosos y respetuosos con sus referencias. John Cooper Clarke, con vocales prácticamente habladas y capas por todas partes, con sus aires de future-disco, White Rooms and People mezcla a Gary Numan y a riffs de guitarra que ubicaríamos en la obra de Duran Duran (banda a reivindicar) y así hasta diez canciones, clásica cifra de canciones que recuerda, también, la estructura de los vinilos, donde se apilan aún más referencias, guiños al dream-house y a bandas como Tame Impala, en fin, quede claro que son cuatro músicos que han dado buena cuenta de colecciones de discos propias o paternas, y que hoy en día es ya absurdo hablar del futuro ya no de la música sino de un simple género, Working Men's Club son, posiblemente, la banda que suena más fresca y más decidida en este momento, quedándose en terrenos, sí, conocidos, pero con una madurez y una convicción en su sonido y en sus canciones que muchos artistas de largo recorrido ya querrían haber llegado a alcanzar. Obvio que su siguiente paso ha de despejar muchas dudas, pero en este mundo, en esta industria musical tan necesitada de golpes de efecto, especular con su futuro y no disfrutarlos, ahora, aquí, en este primoroso disco de debut, sería estúpido.
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