Año de publicación: 2013
Valoración: muy recomendable
Valoración: muy recomendable
La condición o atributo de "ser camaleónica" ha sido frecuentemente adjudicada a la carrera de Madonna. Permitidme la discrepancia. Madonna es una estrella del ámbito comercial que ha ido asimilando sonidos que han abierto camino antes. Se ha adaptado constantemente y eso puede ser loable pero no es ser original.
Goldfrapp, en cambio, han optado por abrir ellos sus vías. Su espectacular debut es un fascinante ejercicio indefinible de pop electrónico noir pringado de influencias por todos los lados. Pero el grupo se decidió a desconcertar en todos sus pasos. Siete discos en dos décadas y ninguno ha tenido gran cosa que ver con cualquiera de los otros, especialmente con aquel que le precedió. Tales of us, sexto disco publicado en 2013, siguió a uno de sus experimentos con el disco-pop, el irregular Head first. El tono crepuscular, sugerido por título y por sobria portada en blanco y negro, apuntó un relativo regreso a las aguas calmas (con turbias corrientes bajo la superficie) de su debut. Pero no: Tales of us cuenta con menor presencia de los teclados y del tratamiento del sonido. Donde Felt mountain era un disco que apuntaba perversiones y amagaba con detalles sórdidos aquí y allá, Tales of us es un disco más orgánico, guitarras y cuerdas están presentes en primeros planos ineludibles. Parece una mirada atrás hacia ese pasado de excesos sugeridos en letras surrealistas. Aquí las canciones tienen nombres de mujer (todas menos la soberbia Stranger) y, con la excepción del ritmo dislocado de Thea, el tono reflexivo abunda, sea en baladas clásicas como en números de tenues aires folk (serios, sin la ironía que desprendían en Seventh Tree, otro de sus discos que crece con las escuchas), como si Alison Goldfrapp hiciera un repaso retrospectivo de su historial amoroso y tuviera algo que dedicar a cada uno de esos nombres.
Otra vez estas composiciones son de otro mundo. Música con poderosa personalidad, quizás pueda hablarse de Kate Bush o Françoise Hardy como influencias que se atrapan, pero un trabajo sólido, cohesionado, con un aire de irrealidad al que ayudan los elegantes videos de soporte en blanco y negro, ligeramente dramáticas, trágicas, desasosegantes en la búsqueda de lo oscuro, de lo oculto y escondido. Annabel, sobre la identidad sexual, Drew, subyugante con sus golpes y su exquisita orquestación, explícito de forma elegante. Las cuerdas gobernando por doquier, la voz de Alison Goldfrapp siempre situada en su sitio y exudando una sensualidad equívoca, otoñal. Solo saber que fueron capaces de experimentar con el sonido y llevar más allá los hallazgos sonoros en su debut impiden considerar a este disco otra obra maestra. Pero por muy poco,
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