domingo, 31 de octubre de 2021

Supertramp: Crisis? What crisis?

Año de publicación: 1975

Valoración: muy recomendable

Hechas las referencias a Supertramp en el momento en que reseñé Even in the quietest moments, y aunque su hipotética revisitación ya se encargan de hacerla algunas siniestras emisoras de FM (básicamente, radiando The logical song y alguno de sus singles), sería lamentable olvidar este Crisis?, What crisis que representaría su segundo disco de impacto (Crime of the century ya les había aportado gran repercusión gracias a School) y que empezaba a auparlos a un trono incierto y denostado, el del rock progresivo maduro y accesible, pasto eminente de las emisoras y fruto de adoración por un extenso público que apreciaba su sonido pulido y elaborado, sus melodías complejas, sus coqueteos con diversos estilos ensamblados.

Porque, a pesar de la tibia respuesta crítica en su momento, éste es un disco de enorme variedad y ninguno de los diversos sonidos que la banda acomete resulta fracasar. Quizás otro de los elementos que desorientaba a los críticos era esa indefinición que les permitía, este es el caso, iniciar un disco con aromas folk en Easy does it, más cerca del sonido Canterbury, coquetear en ocasiones con el blues o incluso adelantar descaradamente el clásico teclado percusivo que caracterizaría sus hits (Lady, una combinación de teclados y la peculiar voz algo irritante de Hodgson) y afrontar temas introspectivos que aludían a contemporáneos como Steely Dan. Siempre con el aura meticulosa y respetuosa con el sonido que caracterizó al grupo en su época de absoluto dominio (apenas un lustro, cuatro LPs), que aunque retrospectivamente fue uno de los signos contra los que el punk se rebeló (músicos algo pretenciosos y multimillonarios que solo conservaban sus melenas como símbolos de extinta rebeldía), es perfectamente válido, aún hoy, en lo sonoro.

Y dejamos para el final las dos absolutas gemas que el disco albergaba, en su (entonces) cara A. A soapbox opera, una especie de evolución algo ampulosa, pero fascinante, de algunos de los sonidos sugeridos en Eleanor Rigby, seguramente poniendo de los nervios a muchos con su intro, con su incorporación de cuerdas, con su obvia estructura de obra. Pero melódicamente impecable, casi osada y comprimiendo en apenas cinco minutos muchas ideas. Y Another man's woman, seguramente impecable cumbre de su carrera, donde parecen atreverse con todo, como si Can y Keith Jarrett se hubieran encontrado en un ascensor con algún vocalista de sesión. Si todas las bandas del rock comercial de todas las épocas (ello incluye desde Toto a Oasis o Coldplay) fueran capaces de alcanzar tal hazaña, tal progresión sonora, tal aceleración instrumental en ese histórico crescendo. Pongamos las cosas en su contexto. Ignorar un grupo capaz de concebir algo así es un flagrante delito.

domingo, 24 de octubre de 2021

The Smiths: Strangeways, here we come


Año de publicación: 1987

Valoración: muy recomendable


Les da el tiempo suficiente para crear un pequeño mito e incluso ser llamados (como otros cientos) los nuevos Beatles. Pero la carrera de los Smiths dura apenas un lustro (en medio de los desorientados años 80) y corre pareja al synth-pop, al rock gótico, y su sonido pervive a pesar de la obvia recesión del rock de guitarras, como si Morrissey no hubiera encanecido, protagonizado una discreta carrera en solitario, y efectuado repugnantes guiños al National Front.

Y la cierran con este Strangeways, here we come. Último disco en estudio al que seguirán discos en vivo, recopilatorios, toda la parafernalia post-mortem tan propia del rock, siempre preparado para rendir tributo a sus cadáveres (físicos o como sean) y a activar las retrospectivas con el cuerpo aún tibio sobre la mesa del forense. Puede que en la época me sorprendiera la decisión, la lamentara pues los Smiths se habían hecho un rincón con el estratosférico Hatful of Hollow, producto tan smithsiano en su condición de refrito de singles y caras B que se erige como pocos en piedra filosofal de la esencia del indie cuando eso significaba algo más que cuatro chavales ataviados con camisetas que han pasado demasiado por la lavadora. 

Pero visto (y oído) hoy, este magnífico disco parece no tener nada que ver con sus inicios. Del sonido lleno de aristas y casi lo-fi que aportaba un atractivo descomunal a sus canciones casi accidentales de 1982 pasamos, algo tendrá que ver el productor Stephen Street, a un poderoso y casi lujoso aparato sonoro, que, sin relegar la arquitectura básica de la banda (guitarras, bajo, batería, voz) le añade cuerdas, vientos, teclados, siempre de forma eficaz y pertinente, ni un solo pero a una producción que aún hoy suena potente y con cada instrumento en su plano idóneo. Diría incluso (Street produjo más tarde, por ejemplo, a Blur) que Strangewaye, here we come puede ser una referencia lejana al brit pop más elaborado. En todo caso, las claras diferencias de las carreras de Morrissey (incluyendo el rockabilly en algunos de sus discos) y Marr (colaborando con Matt Johnson, Bernard Sumner o Billie Eilish) ya aventuran que la banda contaba con intereses muy dispares, y que el equilibrio era muy quebradizo. Cuando se publica el disco, la banda ya se ha disuelto.

Y el disco aporta su puñado de clásicos. El último tema, despedida por tanto oficial de la banda, I won't share you, es una de esas canciones casi predestinadas al funeral de algún fan sobreexcitado. El inicio, A rush and a push and the land is ours, al igual que I started something I couldn't finish (qué títulos) ya muestran detalles elaborados como intros, diálogo de guitarras, los algo irritantes arrastres vocales de Morrissey (histrionismo, ¿yo?), y canciones como Girlfriend in a coma, con su clip completamente naïf bordeando la misoginia o Last night I dreamed that somebody loved me son auténticas joyas de una banda que parece responder al paradigma de brevedad e intensidad. La cuestión es que en esos cuatro años la evolución sonora trajo consigo algo difícil de explicar. La gente prefería esa aspereza acneica de sus inicios y el desbordamiento auditivo de este disco parecía atraer con rapidez pero acercarse a toda velocidad a cierta saturación. Quizás una evolución demasiado rápida e intensa. En cualquier caso, muchos de los inspirados por su carrera morderían por hacer un disco así. Disfrutadlo.

domingo, 17 de octubre de 2021

James Blake: Friends that break your heart


Año de publicación: 2021

Valoración: recomendable

Nadie dice que un artista esté obligado a evolucionar constantemente. Pero sí podemos afirmar que los grandes artistas, aquellos de largos recorridos, especialmente, debe ser una casualidad que muchos de ellos sean solistas, personajes como David Bowie, Scott Walker, Marc Almond o David Sylvian, tuvieron o tienen la habilidad de dar giros a su carrera (no reinvenciones como Madonna,que hasta se deja superar por alguien tan mediocre como Lady Gaga), de adelantarse a las tendencias o de, directamente, responsabilizarse de generarlas.

James Blake, cuya cumbre creativa sigue siendo Overgrown, parece, a cada disco, más necesitado de observar esta - supuesta - máxima. Mientras escuchaba y dudaba (apenas hace un par de horas) en  mi valoración sobre este disco, iba anotando las veces que las canciones que iban resultándome familiares me habían hecho vacilar si no era alguna de las contenidas en sus anteriores discos. Porque eso, sin ser un problema irresoluble, sí que es un condicionante, sobre todo cuando, aunque no lo hayas deseado, te has convertido en un artista de masas, un artista que tiene expectante a un público. Definiendo como público ese ente de individuos bienintencionados que actúa con extrema crueldad como colectivo. Porque es así: el veredicto de las ventas, de los visionados, de las escuchas en streaming, un veredicto sin cara ni dirección electrónica a la que pedir explicaciones, se acerca peligrosamente a la terrible indiferencia si Blake sigue entregando discos como este.

Que no es un mal disco, pero que empieza a parecer demasiado intercambiable (gracias, Patricio Pron) en su estructura básica - buenos temas introspectivos de alto voltaje emocional, donde abunda la primera persona y una cierta sensación de desvanecimiento, tan ajustada a sus innegables cualidades vocales y a su esmerado minimalismo sonoro, aderezados con colaboraciones que demuestran que se mantiene á la page y que figuras de un nuevo universo musical (Finneas, SZA) no le son ajenas ni mucho menos, más bien colaboran de forma brillante y entusiasta. 

Ese es un detalle revelador: las canciones más arriesgadas en lo sonoro no son sus números en solitario: parece que Blake necesita invitados en casa para sacar lo mejor de sí mismo, la innovación o la salida de la zona de confort en que parece ubicarse y que (a lo tibio de su EP de versiones me remito) puede abocarle a un universo de lenta pero imparable decadencia. James sabe que hasta el fan más rendido necesita algún detalle que le sorprenda. James también sabe que cada vez ese detalle le está costando más encontrarlo.


domingo, 10 de octubre de 2021

The Meters: Look-Ka Py Py

Año de publicación: 1970

Valoración: bastante recomendable

A veces uno tiene que fijarse en lo que rodea a un disco para pronunciarse sobre él, especialmente al tiempo y contexto de su publicación. En el caso de The Meters la cuestión se resumiría en tres datos: 1970, New Orleans, los Neville.

Eso hace un disco como Look-Ka Py Py una experiencia extraña. Cuatro músicos de color abordando instrumentales de funk con la más absoluta desinhibición. Y lo de funk quizás no sea del todo cierto. Porque en muchos casos la adscripción al género podría quedar en entredicho. De hecho, algunos tracks estarían más cerca de Eumir Deodato que de George Clinton. Pero la fecha: esa época en que el pop o el rock instrumental parecía estar en extrañas bandas pre-psicodélicas como los Shadows, con más pinta de músicos de estudio entregados a las pruebas que de otra cosa. Pero The Meters grabaron este disco según cánones precarios. Producción espartana pero limpia  y uso radical y salvaje del estéreo. Sección rítmica casi siempre a la derecha: órgano y batería casi siempre a la izquierda. Canales que no ensucian al otro en lo más mínimo: escuchar el disco con auriculares y probar la audición por un solo lado desnuda las canciones de forma absoluta y seguramente simplifica su masiva incorporación, décadas después, para todo tipo de bases de los estilos por venir: funk, hip-hop, trip-hop. Ahí empieza a valorarse esas canciones, apenas retazos de ritmos entusiastas y melodías indefinidas, eso, señores, es el funk primigenio, por su capacidad evocadora y directa al estómago. Tampoco hay que olvidar al jazz o al be bop como percutores. 

Y así es como The Meters se convierte en una banda de culto y en una referencia importante, al margen de que esa música suena hoy añeja y casi ingenua, desde su pura falta de pretensiones (la portada parece un estereotipo) hasta su propio planteamiento: canciones de apenas tres minutos con títulos que parecen otorgados con efectos puramente diferenciadores. Rindámosles el respeto que merecen, por ser unos auténticos pioneros.

domingo, 3 de octubre de 2021

Nala Sinephro: Space 1.8


Año de publicación: 2021

Valoración: muy recomendable

Es belga, toca el arpa (aparte de otros instrumentos), lo cual vais a reconocerme ya genera una fuerte imagen, tiene 22 años y su disco de debut lo publica Warp, uno de esos sellos emblemáticos a más no poder que ha sabido dejar atrás el estigma de pertenencia a un género concreto (lo electrónico) para ubicarse en uno más amplio (lo vanguardista).

Aunque vanguardista no sería exactamente el término que definiría este disco. Seré más prosaico: esto es jodido jazz casi clásico. Con piano, saxo tomado a milímetros del micrófono (casi oímos el chasquido de los labios del solista sobre la boquilla del instrumento), arpa, claro, y tratamientos de sonido de textura electrónica, que esto es Warp, estamos en 2021 y existen los sintetizadores modulares. Y aunque mi expresión pueda parecer contener sorna, pues no. Space 1.8, y no negaré que la condición de ser editado por Warp, y no por algún minoritario sello especializado en el género, es un fascinante camino, ocho temas numerados que en el caso del último (ejem, Space 8) llegan a los 18 minutos de cosmic-jazz que elude escrupulosamente el muzak y se crea y se recrea en influencias tan obvias como inapelablemente respetables. Por supuesto, la esencia de Miles Davis (aunque aquí no hay trompetas), Stan Getz, Sun Ra, que se combina sin ninguna clase de efecto discordante con Aphex Twin, Boards of Canada o los conceptuales Oval. Hay sonido orgánico, sensación de libertad total en lo compositivo y en lo técnico, hay texturas e incluso meros apuntes que cualquiera podrá desarrollar en más minutaje, y hay una fuerza expresiva muy notable. Es justo esa clase de música que parece que vas a poder usar de música de fondo (atentos a las infinitas posibilidades de estos temas como fondo de imágenes) mientras lees, pero que de repente te das cuenta de que está capturando tu atención, interponiéndose en tus percepciones. 

No negaré que seguramente el universo del género esté procurando otros discos de este nivel en los que simplemente no nos hemos fijado (por ser éste un universo algo cerrado en sí mismo y dando la espalda a los canales convencionales) pero Nala Sinephro ha publicado una magnífica pieza de música tan contemporánea como atemporal que va a estar entre lo mejor del año.