Año de publicación: 1971
Valoración: imprescindible
Valoración: imprescindible
Serge Gainsbourg es un mito. No un mito cutre de esos que se arrastran por los canales de TV esperando que la gente les recuerde los viejos tiempos. Aunque ya murió hace bastantes años, dudo que hubiera entrado en esa dinámica. Era más bien una especie de cruce improbable entre Scott Walker y Jacques Brel, el típico artista que sin ser esquivo siempre resulta chocante. De aspecto más bien desastrado, parecía el tipo que huele tenuemente a tabaco y no sabe ponerse un traje sin aflojarse ligeramente la corbata.
De su pasado de crooner incrustado en el movimiento de la chanson queda poco en este disco. Histoire de Melody Nelson es, desde la portada con pose provocativa de Jane Birkin (entonces su pareja, también había estado saliendo con Brigitte Bardot) un disco de tendencia voluptuosa, aire perverso y mensaje un poco incómodo, especialmente si uno desmenuza esa historia que lo recorre (años 70, álbum conceptual) que bordea mitos como Lolita o Pigmalión. Conocer el historial del artista puede influir en esa apreciación.
Pero, ay, esto es un blog sobre música, y la que contiene este disco es, recordemos el año en que este disco se publica, simplemente celestial, gloriosamente ejecutada, producida y grabada, un enorme paso adelante que proyecta la música de autor hacia terrenos insospechados. Ya no había que recurrir al mito del cantante, la guitarra o el piano. Gainsbourg tantea lugares poco comunes. El disco apenas dura media hora y contiene siete canciones: como huyendo del estereotipo radiable, huyen de lo convencional: dos temas de casi ocho minutos abren y cierran el disco, con ritmo idéntico y estructura similar, el que abre el disco dominado por las cuerdas, el que lo cierra por unos coros que suenan casi lúgubres. La guitarra, tenaz en el canal derecho del audio, ejecuta todo tipo de efectos, pura psicodelia con fuzz, riff, feedback. Un enorme placer difícil de describir: Gainsbourg frasea con su voz afectada, supongo, por los Gitanes sin buscar encuadre con la melodía, todo suena enormemente libre, casi improvisado, a medida que las escuchas avanzan podemos solazarnos en ese bajo ligeramente agudo, y, claro, las cuerdas, que tardan en irrumpir y lo hacen de forma tenue, pero que acaban acaparando la apertura del disco. La grabación es gloriosa y parece simplemente mentira que hablemos de casi 50 años. Es un sonido decidido, transparente, que juguetea con melodías en tres breves piezas, menos de dos minutos cada una, Ballade de Melody Nelson delata de dónde Air extrajeron ideas para las canciones más orgánicas de Moon Safari, Valse de Melody nos muestra a un Gainsbourg más cantante, aquí sí acompañando las notas e inflexionando. Las cuerdas aparecen a destajo, también en el canal derecho, pocos artistas habían apostado por esa fusión tan abierta: violines clásicos acompañando a guitarra que amaga hacia la distorsión. En un mundo devorado por el pop anglosajón solo artistas como Nick Drake se habían acercado a esas combinaciones. El resto eran cantautores trasnochados a la búsqueda del alcance de mercados.
Gainsbourg planta este disco, breve, difícil, voluptuoso, perturbador, como si fuera la banda sonora de una película de Godard o la transcripción sonora de una novela de Vian. Contemporáneo a rabiar.