Año de publicación: 1975
Valoración: inevitable
Valoración: inevitable
Dudaba cómo abordar el tono de esta reseña. No solamente por la cuestión de la valoración del disco, uno de esos clásicos desde la portada (quizás no tantos sepan que este disco "combinaba" con otro LP, A day at the races). También porque era imposible eludir la cuestión principal: A Night At The Opera incluye Bohemian Rhapsody (casi hacia el final del disco), que, a la postre, es universalmente aceptada como la canción definitoria de la banda que mucha gente (y muy exagerada) define como la mayor banda de rock de todos los tiempos. Me ahorro las mayúsculas ante cierta afirmación, como mínimo argumentable. Quizás la que más vendió, la más transversal, la más popular. Y no olvidemos el enorme rédito que supone, sacad las bolsas de pedruscos para lapidarme, el fallecimiento de Mercury, nada garantiza más el elevamiento al Olimpo que la muerte de una celebridad. Vayamos a saber qué publicarían hoy (Queen, o Nirvana, o los Beatles) y cuanto lamentaríamos su inexorable declive creativo. Pero la carrera quedó allí, con sus discos irregulares encumbrados a la categoría de mitos, con una carrera en solitario (la de Mercury) con cierta tendencia al histrión, con un puñado de canciones completamente abocadas a la sobreexposición, que suele ser la antesala de la parodia, de la falta de perspectiva para apreciar si una canción sigue sorprendiéndonos o se limita a estar ahí.
Es un poco obligatorio entonces dedicar unas líneas a La Canción. Decir que es la más visionada en Youtube, que la discográfica prefería otorgar la condición de single a la horrenda "I'm In Love With My CarI'm in love with my car", que los seis minutos de duración la convertían en irradiable. Que, desde entonces, cualquier canción larga y con cambios de ritmo y de tono ha sido calificada como "la Bohemian Rhapsody de XXXX). Y claro, que dio título a la biopic que no he visto ni pienso ver hasta que esta tormenta amaine y uno pueda juzgar la carrera de la banda sin estar entregado a los epítetos.
Pero bueno, la tentación de ser lapidado por sacar aquí a Queen antes que a los Beatles o a los Stones o a Nirvana, Led Zeppelin... (pero no antes que a AC/DC o los Dire Straits, he he) es demasiado grande.
A Night At The Opera es un disco variado, diría yo que hasta disperso. Con canciones que parecen bromas o incluso evocaciones de cierto aire campestre o cabaretero. Seaside Rendezvous o Lazing on a Sunday Afternoon. Con un arranque decidido y elaborado que ya es marca de la casa Death on Two Legs (Dedicated to . . . ) parece contradecir la nota de los créditos del disco ("No se han usado sintetizadores en este disco") y es rock, esta sí, con sus juegos de voces, con sus punteos de guitarra en notas agudas, con sus parones. Por suerte, una canción que se ha salvado de la saturación. El disco da un poco más de protagonismo del habitual a otros miembros de la banda, y John Deacon aporta el segundo single, You're My Best Friend, medio tempo llevado por un Rhodes, ligeramente inflamado hacia el final, pero eficaz refresco para introducir 39, con sus aires folkies y su estribillo de canción de acampada (y la voz de May, obviamente más plana y matizada que el huracán vocal de Mercury).
La segunda cara, en la que el disco se desmadra y apela más a lo operístico de su título contiene los ocho minutos de The Prophets Song, extraña mezcla de misticismo y aire rural que apela más a Jethro Tull o a Genesis que a los iconos del glam-rock que convivían en la época (y género en el que no pocos englobamos, aunque sea en lo sonoro, al grupo), y canción que con su duración y tono ligeramente pretencioso va preparando el camino (con el interludio de la muy azucarada Love of my life) a la fanfarria final que todos sabemos, canción a la que ya he dedicado un párrafo, obra maestra inapelable e inagotable que sí, uno no se cansaría de escuchar con sus subidas y sus bajadas, sus arranques de energía y sus intros y outros emocionales. Puede que sea un sacrilegio no otorgar la condición de imprescindible a este disco, pero, hey, los discos tienen diez, doce canciones, incluso discos clásicos contienen gazapos, este, por ejemplo, contiene un par de canciones de una vulgaridad e intrascendencia absolutas, y eso es lo que tienen los promedios y las matemáticas, oigan.
La segunda cara, en la que el disco se desmadra y apela más a lo operístico de su título contiene los ocho minutos de The Prophets Song, extraña mezcla de misticismo y aire rural que apela más a Jethro Tull o a Genesis que a los iconos del glam-rock que convivían en la época (y género en el que no pocos englobamos, aunque sea en lo sonoro, al grupo), y canción que con su duración y tono ligeramente pretencioso va preparando el camino (con el interludio de la muy azucarada Love of my life) a la fanfarria final que todos sabemos, canción a la que ya he dedicado un párrafo, obra maestra inapelable e inagotable que sí, uno no se cansaría de escuchar con sus subidas y sus bajadas, sus arranques de energía y sus intros y outros emocionales. Puede que sea un sacrilegio no otorgar la condición de imprescindible a este disco, pero, hey, los discos tienen diez, doce canciones, incluso discos clásicos contienen gazapos, este, por ejemplo, contiene un par de canciones de una vulgaridad e intrascendencia absolutas, y eso es lo que tienen los promedios y las matemáticas, oigan.